Antenoche soñé que flotaba sobre un cielo gigante de color azul cobrizo. Finas estalactitas de alguna materia parecida al acero, pero sin su dureza, pendían lucientes de esa bóveda poblada por nubes densas. Líneas de grafito
trazaban finas sombras de un gris oscuro mientras las estalactitas que desde esa altura miraba caían disolviéndose, pesadas y minerales, rumbo a algún terreno por mí desconocido que se encontraba justo abajo, anclado debajo de mis pies desnudos que, temerosos,sacudían el aire aquel, que de tan azul y tan
cobrizo era tan extraño que mi segundo impulso luego de saberme presa del temor fue darme cuenta que me encontraba precisamente dentro de un sueño.
Dragones alados poblaban mis pulsiones, sonidos que nunca había escuchado estaban ahí, pendientes de mi voz para igualarla. Densidad.
Humedad. Una tierra habitada estaba ahí debajo, pero yo no contaba con ningún
elemento para descifrarla y, peor aún, para aterrizar en ella. Arriba, mi sueño me lo indicó, la luz de Havn, el fulgor de las estrellas. Abajo, perdido entre la neblina azulosa y espesa que mis pies agitaban con tiento, el Bosque Ermitaño,
las Cordilleras Incandescentes, la región de Fredengard, el Archipiélago Arkoiden...
líneas de grafito nuboso que, al dispersarse enmedio de una caída tan funesta como sorpresiva me anunciaron, con el sobresalto del despertar, que era yo quien había soñado algo tan fantástico como inobjetable, producto de la lectura imaginativa de este libro de Steven Leo Lee que ahora están ustedes a punto de
iniciar.
Cuidado, lo que se dice aquí, y la épica narrada de los personajes que están a punto de conocer puede poblarles el subconciente por días... quizá por años. Falta ver qué tan osados son sus sueños como para reflejar en ellos la
naturaleza de un mundo tan sobresaliente.
trazaban finas sombras de un gris oscuro mientras las estalactitas que desde esa altura miraba caían disolviéndose, pesadas y minerales, rumbo a algún terreno por mí desconocido que se encontraba justo abajo, anclado debajo de mis pies desnudos que, temerosos,sacudían el aire aquel, que de tan azul y tan
cobrizo era tan extraño que mi segundo impulso luego de saberme presa del temor fue darme cuenta que me encontraba precisamente dentro de un sueño.
Dragones alados poblaban mis pulsiones, sonidos que nunca había escuchado estaban ahí, pendientes de mi voz para igualarla. Densidad.
Humedad. Una tierra habitada estaba ahí debajo, pero yo no contaba con ningún
elemento para descifrarla y, peor aún, para aterrizar en ella. Arriba, mi sueño me lo indicó, la luz de Havn, el fulgor de las estrellas. Abajo, perdido entre la neblina azulosa y espesa que mis pies agitaban con tiento, el Bosque Ermitaño,
las Cordilleras Incandescentes, la región de Fredengard, el Archipiélago Arkoiden...
líneas de grafito nuboso que, al dispersarse enmedio de una caída tan funesta como sorpresiva me anunciaron, con el sobresalto del despertar, que era yo quien había soñado algo tan fantástico como inobjetable, producto de la lectura imaginativa de este libro de Steven Leo Lee que ahora están ustedes a punto de
iniciar.
Cuidado, lo que se dice aquí, y la épica narrada de los personajes que están a punto de conocer puede poblarles el subconciente por días... quizá por años. Falta ver qué tan osados son sus sueños como para reflejar en ellos la
naturaleza de un mundo tan sobresaliente.