La Organización ha puesto precio a su cabeza y Parker toma una decisión radical: contacta con un cirujano plástico clandestino y cambia de rostro. Después no tarda de volver al trabajo: organiza el robo a un furgón blindado con varios viejos conocidos. Es un golpe aparentemente fácil, pero las cosas no tardan en complicarse: la novia de uno de los miembros de la banda es quien ha dado el soplo sobre el furgón, pero Parker sospecha que planea traicionarlos, y de pronto aparece por allí el chófer del cirujano, porque alguien lo ha liquidado y Parker es uno de los sospechosos… Y es que no es fácil huir del propio pasado. Después de la imprescindible A quemarropa, esta segunda entrega de la serie que Donald Westlake, con el seudónimo de Richard Stark, dedicó a Parker, retoma a uno de los personajes más potentes de la novela negra de la segunda mitad del siglo XX: un asesino profesional, frío y despiadado, pero que se mueve según un código ético personal e intransferible. Un personaje perturbadoramente fascinante, que sólo mata cuando es estrictamente necesario, pero cuando ese momento llega, es implacable.
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