Premio Historia 2013 a la mejor novela histórica policiaca francesa.
Una noche de diciembre de 1759, el cuerpo sin vida de una joven es encontrado sobre la gélida tumba de un cementerio parisino. No hay sospechosos, y las únicas pistas son una hostia negra, un crucifijo y unas huellas de pasos. En la cancela de otro cementerio aparece un cartel que reza: «Prohibida a Dios la entrada a este lugar». El comisario de muertes extrañas Volnay, junto a su ayudante, el no menos extraño monje hereje, siempre mal vistos por los poderes oficiales, solo podrán contar con sus propias fuerzas para desenmascarar a los organizadores de los rituales satánicos.
En esta segunda entrega de las aventuras del caballero Volnay, Olivier Barde-Cabuçon hace revivir un París pintoresco en el que a cualquier hora del día se arrojan baldes de agua sucia por las ventanas, donde los pícaros son los amos de la vida nocturna, y donde se ofician misas al revés sobre las lápidas de los cementerios. Mientras, a pocas leguas de allí, Versalles extiende el trazo limpio de sus jardines, como si quisiera ocultar las oscuras intrigas de sus prestigiosos moradores. Entre esos dos polos opuestos, Olivier Barde-Cabuçon desarrolla una diabólica intriga jugando con el desbaratamiento y la inversión de las normas establecidas.
Una noche de diciembre de 1759, el cuerpo sin vida de una joven es encontrado sobre la gélida tumba de un cementerio parisino. No hay sospechosos, y las únicas pistas son una hostia negra, un crucifijo y unas huellas de pasos. En la cancela de otro cementerio aparece un cartel que reza: «Prohibida a Dios la entrada a este lugar». El comisario de muertes extrañas Volnay, junto a su ayudante, el no menos extraño monje hereje, siempre mal vistos por los poderes oficiales, solo podrán contar con sus propias fuerzas para desenmascarar a los organizadores de los rituales satánicos.
En esta segunda entrega de las aventuras del caballero Volnay, Olivier Barde-Cabuçon hace revivir un París pintoresco en el que a cualquier hora del día se arrojan baldes de agua sucia por las ventanas, donde los pícaros son los amos de la vida nocturna, y donde se ofician misas al revés sobre las lápidas de los cementerios. Mientras, a pocas leguas de allí, Versalles extiende el trazo limpio de sus jardines, como si quisiera ocultar las oscuras intrigas de sus prestigiosos moradores. Entre esos dos polos opuestos, Olivier Barde-Cabuçon desarrolla una diabólica intriga jugando con el desbaratamiento y la inversión de las normas establecidas.