AUTOBIOGRAFIA
Dos o tres personas riiie han escrito en diferentes ocasiones diciéndome que si yo publicara mi autobiografía acaso la leerían cuando lo permitieran sus ocupaciones. En vista de esta ansiedad frenética, creo que debo acceder a las instancias del público. He aquí, pues, mi autobiografía.
Soy de ilustre prosapia, y mi familia tiene ejecutorias de una antigüedad incalculable. El primero de los Twain que recuerda la historia no fué un Twain, sino un amigo de la familia apellidado Higgins. Esto ocurría en el siglo xi, y nuestras antepasados vivían entonces en Aberdeen, condado de Cork, Inglaterra. Hasta hoy no hemos podido averiguar la causa misteriosa de que nuestra familia llevara el nombre materno de Twain, en vez del paterno de Higgins. Tenemos ciertas razones domésticas muy poderosas para no haber persistido en la investigación de ese enigma histórico. En algunos casos los Twain adoptaron este o aquel alias, y siempre lo hicieron para evitar embrollos enojosos con curiales y corchetes. Pero, volviendo al
asunto Higginis, si mis lectores tienen una curiosidad muy viva, conténtense con saber que el misterio se redujo a un incidente vago y romántico. ¿Qué familia antigua y linajuda no conserva el perfume de esas poéticas penurribras de paternidad y filiación?
Al primero, siguió Arturo Twain, cuyo nombre fué famoso en los anales de las encrucijadas inglesas.
Arturo contaría treinta años cuando se dirigió a una de las playas más aristocráticas de Inglaterra, llamada vulgarmente presidio de Newgate, y muchas personas presenciaron su muerte súbita en ese lugar de recreo.
Su descendiente, Augnsto Twain, estaba de moda allá por el año 1160. Era un humorista extraordinario. Poseía un viejo sable del mejor acero conocido entonces. Augusto Twain afilaba muy bien la brillantei hoja de su sable, y se situaba por las noches en un lugar conveniente del bosque. A medida que pasaban los caminantes, Augusto los ensartaba con su sablie, sólo por el gusto de ver cómo saltaban, pues ya dije que era muy original en sus diversiones. Parece que la perfección artística de su obra llamó la atención pública más allá de ciertos límites. Algunas autoridades competentes en la materia, tuvieron conocimiento de los rasgos humorísticos de Augusto, lo espiaron por la noche y se apoderaron de él en el momento de una de sus bromas. Los agentes de esas autoridades recibie-.....
Dos o tres personas riiie han escrito en diferentes ocasiones diciéndome que si yo publicara mi autobiografía acaso la leerían cuando lo permitieran sus ocupaciones. En vista de esta ansiedad frenética, creo que debo acceder a las instancias del público. He aquí, pues, mi autobiografía.
Soy de ilustre prosapia, y mi familia tiene ejecutorias de una antigüedad incalculable. El primero de los Twain que recuerda la historia no fué un Twain, sino un amigo de la familia apellidado Higgins. Esto ocurría en el siglo xi, y nuestras antepasados vivían entonces en Aberdeen, condado de Cork, Inglaterra. Hasta hoy no hemos podido averiguar la causa misteriosa de que nuestra familia llevara el nombre materno de Twain, en vez del paterno de Higgins. Tenemos ciertas razones domésticas muy poderosas para no haber persistido en la investigación de ese enigma histórico. En algunos casos los Twain adoptaron este o aquel alias, y siempre lo hicieron para evitar embrollos enojosos con curiales y corchetes. Pero, volviendo al
asunto Higginis, si mis lectores tienen una curiosidad muy viva, conténtense con saber que el misterio se redujo a un incidente vago y romántico. ¿Qué familia antigua y linajuda no conserva el perfume de esas poéticas penurribras de paternidad y filiación?
Al primero, siguió Arturo Twain, cuyo nombre fué famoso en los anales de las encrucijadas inglesas.
Arturo contaría treinta años cuando se dirigió a una de las playas más aristocráticas de Inglaterra, llamada vulgarmente presidio de Newgate, y muchas personas presenciaron su muerte súbita en ese lugar de recreo.
Su descendiente, Augnsto Twain, estaba de moda allá por el año 1160. Era un humorista extraordinario. Poseía un viejo sable del mejor acero conocido entonces. Augusto Twain afilaba muy bien la brillantei hoja de su sable, y se situaba por las noches en un lugar conveniente del bosque. A medida que pasaban los caminantes, Augusto los ensartaba con su sablie, sólo por el gusto de ver cómo saltaban, pues ya dije que era muy original en sus diversiones. Parece que la perfección artística de su obra llamó la atención pública más allá de ciertos límites. Algunas autoridades competentes en la materia, tuvieron conocimiento de los rasgos humorísticos de Augusto, lo espiaron por la noche y se apoderaron de él en el momento de una de sus bromas. Los agentes de esas autoridades recibie-.....