Jorge Dezcallar de Mazarredo quiso ser diplomático desde que, de pequeño, escuchaba fascinado las historias que le contaba su tío, el embajador Guillermo Nadal. Una vez que sus sueños se hicieron realidad, su carrera le llevó a Polonia, Nueva York, Uruguay — donde vivió un rocambolesco 23-F—, Marruecos —fue embajador ante Hasán II y Mohamed VI—, Roma —ocupaba la embajada del Vaticano cuando murió Juan Pablo II y el cónclave eligió a Benedicto XVI— y Washington, donde de nuevo vivió de cerca la historia con la victoria electoral de Barack Obama.
La familia real, seis presidentes españoles, ministros de todos los colores, personajes como Gadafi, Carter, Sharon, Chávez o Arafat… A todos conoció y trató Jorge Dezcallar. Como director del Centro Nacional de Inteligencia, los servicios secretos españoles, fue además testigo de primera fila de los atentados del 11 de marzo de 2004. Y no tiene empacho en reconocerse «marginado, engañado y manipulado» durante aquellos días, con la aparente intención —desde luego nunca confesada— de que el CNI siguiera defendiendo la posible autoría de ETA ante la opinión pública en vísperas electorales. Una estrategia no de Estado, sino de partido, que Dezcallar critica aquí desde su insobornable independencia.
La familia real, seis presidentes españoles, ministros de todos los colores, personajes como Gadafi, Carter, Sharon, Chávez o Arafat… A todos conoció y trató Jorge Dezcallar. Como director del Centro Nacional de Inteligencia, los servicios secretos españoles, fue además testigo de primera fila de los atentados del 11 de marzo de 2004. Y no tiene empacho en reconocerse «marginado, engañado y manipulado» durante aquellos días, con la aparente intención —desde luego nunca confesada— de que el CNI siguiera defendiendo la posible autoría de ETA ante la opinión pública en vísperas electorales. Una estrategia no de Estado, sino de partido, que Dezcallar critica aquí desde su insobornable independencia.