He creído oportuno hacer esta narrativa de “por qué soy conservador” en el entendido de que hoy, más que nunca, cobran singular vigencia nuestras tesis. Mi máxima aspiración es que el lector entienda, sobre todo, por qué no soy liberal. Aunque liberal es sinónimo de libre, de amplio, de tolerante y abierto, pocas cosas hay más antagonistas de la libertad individual que la concepción de que un buen ordenamiento social obedece a los designios de la planificación y del racionalismo. El conservatismo, pese a haber sido víctima de similares confusiones semánticas, ha sido el crisol de la verdadera herencia libertaria, que no liberal, de Hume, Adam Smith, Burke y otros. Es más, ha sido la cuna de uno de los mayores exponentes de la escuela austriaca de economía, Friederich von Hayek, quien dadas las circunstancias políticas de la época, decidió explicar por qué no era “conservador”, cuando, haciendo abstracción de tales circunstancias, habría podido decir con el mismo aliento por qué se afirmaba en serlo.En un sentido más profundo, han pretendido liberar al hombre de su propia libertad y súbitamente despojarlo de sus puntos de referencia vital. Por consiguiente, la evolución de las ideas liberales se puede dividir en dos tradiciones fundamentales: la francesa, encarnada en Rousseau, Descartes, Voltaire y en otros pensadores racionalistas, y la tradición británica basada en el empirismo evolutivo de David Hume, Adam Smith y Burke, por poner lo anterior en el contexto de dos países contrapuestos; el primero, que representa la revolución; el segundo, que representa con Burke el lado más crítico de la llamada “Revolución Francesa”. Pensaron los filósofos franceses que la evolución de la sociedad humana podía formularse desde los escritorios a través de códigos y ordenamientos preconcebidos para moldear el pensamiento y el comportamiento social. Pensaron que no era menester que la virtud de las ideas se probara en el funcionamiento empírico y en su preservación o extinción natural, sino que sólo bastaba con preordenar y luego imponer y perpetuar los moldes filosóficos y doctrinarios del pensador contemporáneo. El sistema francés se basa en el orgullo y la arrogancia humana y tal vez a ello debamos su éxito repentino.Son ellos, pues, innovadores permanentes, experimentadores constantes, demoledores compulsivos, porque para el liberalismo no hay nada firme, nada sacrosanto, nada estable; añoran el cambio por el cambio, la revolución del orden, el caos de lo no experimentado, puesto que piensan que cualquier novedad los puede llevar a la implantación de la felicidad en la tierra. Para tales propósitos, siempre se valen de la chusma, que puede ser fácilmente manipulada, que fácilmente acepta las ideas más contradictorias, dada su inhabilidad de seguir la lógica de los argumentos y su tendencia a generar un odio visceral por sus opositores. Los liberales viven de las arengas, de las imágenes que los mueven, de las frases cortas, del efectismo y emotividad de las expresiones. El liberalismo sustituye el pensamiento con la jerga, el realismo de la palabra con la exageración de los sentimientos, el argumento con la consigna. Son las sumarias razones de por qué soy conservador.
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