Este libro del joven politólogo Oscar Martínez Peñate recoge una década de historia de El Salvador, cuya secuencia es poco conocida incluso por los historiadores y los políticos. Estamos convencidos de que su lectura será ineludible en las aulas universitarias y entre aquellos hombres y mujeres que deban conocer los pasos que condujeron a la firma de los acuerdos de la paz en este país centroamericano. Mucha información de la que aparece en las páginas de esta obra fue regateada al público en los momentos en que ocurrían los acontecimientos que le dieron base. Las fuentes que sirvieron al autor, en buena medida fueron obtenidas en el extranjero, ya que la censura que pesaba sobre la prensa salvadoreña -y también la autocensura- impedían conocer toda la verdad de lo que acontecía dentro y fuera del territorio salvadoreño, tanto en el terreno operativo de la guerra como en la mesa de negociaciones.
El conflicto armado se extendió hasta las mesas de redacción de la mayoría de los medios de comunicación, donde toda clase de especialistas locales y del extranjero se esforzaban por presentar versiones del enfrentamiento y de todas sus consecuencias, que no se ajustaban a la realidad.
En la etapa inicial del dialogo, las autoridades salvadoreñas se ocupaban de que ese proceso no condujera a negociaciones, porque estaban convencidas de que los rebeldes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) actuaban al margen de la ley. Cuando las negociaciones sucedieron al diálogo, las mismas autoridades aclaraban una y otra vez que no producirían acuerdos que dieran cuotas de poder a los insurgentes. Cuando se arribó a la etapa de los acuerdos, estos eran rodeados con explicaciones que por lo general no tenían coherencia.
A lo largo del conflicto, los gobiernos de El Salvador y Estados Unidos, que se habían coaligado para impedir el avance del "comunismo" en el continente americano, se negaban a admitir que la de El Salvador fuera una guerra civil - peor aún, una insurrección popular-, motivada por décadas y décadas de autoritarismo militar y de dominación por parte de una clase económica elitista y muy poderosa sobre un pueblo que en forma mayoritaria era víctima de la injusticia social y de la miseria.
Consecuentes con este planteamiento, ambos gobiernos sustentaban su decisión de defender al mundo democrático, mientras afirmaban que la ex-URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), Cuba, el bloque de países socialistas en su totalidad y regímenes que no gozaban de la "simpatías" de Washington, se empecinaban en implantar un régimen comunista al pueblo salvadoreño y en establecer un puente para el avance de esa corriente hegemonizante en el resto de países americanos.
El Partido Demócrata Cristiano, que con José Napoleón Duarte a la cabeza se había prestado a justificar la política intervencionista estadounidense en El Salvador; el alto mando militar, cuestionado por el régimen autoritario con que defendían a una oligarquía pasada de moda; el Poder Judicial -que permitía toda clase de violaciones de los derechos humanos- lo mismo que todos los organismos responsables de la confrontación, fueron presentados siempre como la cara buena de una moneda que, al otro lado, tenía ubicado al mal, supuestamente a las organizaciones guerrilleras, a las entidades populares, a los sectores democratizantes, a todos los que desde la oposición al gobierno pugnaban por cambiar la composición del poder en El Salvador.
Sin hacer juicios de valor y a base de formación objetiva, el autor presenta datos de fuentes fidedignas más que suficientes para un análisis ecuánime de lo que ocurrió en los años de guerra y turbulencia política.
El conflicto armado se extendió hasta las mesas de redacción de la mayoría de los medios de comunicación, donde toda clase de especialistas locales y del extranjero se esforzaban por presentar versiones del enfrentamiento y de todas sus consecuencias, que no se ajustaban a la realidad.
En la etapa inicial del dialogo, las autoridades salvadoreñas se ocupaban de que ese proceso no condujera a negociaciones, porque estaban convencidas de que los rebeldes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) actuaban al margen de la ley. Cuando las negociaciones sucedieron al diálogo, las mismas autoridades aclaraban una y otra vez que no producirían acuerdos que dieran cuotas de poder a los insurgentes. Cuando se arribó a la etapa de los acuerdos, estos eran rodeados con explicaciones que por lo general no tenían coherencia.
A lo largo del conflicto, los gobiernos de El Salvador y Estados Unidos, que se habían coaligado para impedir el avance del "comunismo" en el continente americano, se negaban a admitir que la de El Salvador fuera una guerra civil - peor aún, una insurrección popular-, motivada por décadas y décadas de autoritarismo militar y de dominación por parte de una clase económica elitista y muy poderosa sobre un pueblo que en forma mayoritaria era víctima de la injusticia social y de la miseria.
Consecuentes con este planteamiento, ambos gobiernos sustentaban su decisión de defender al mundo democrático, mientras afirmaban que la ex-URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), Cuba, el bloque de países socialistas en su totalidad y regímenes que no gozaban de la "simpatías" de Washington, se empecinaban en implantar un régimen comunista al pueblo salvadoreño y en establecer un puente para el avance de esa corriente hegemonizante en el resto de países americanos.
El Partido Demócrata Cristiano, que con José Napoleón Duarte a la cabeza se había prestado a justificar la política intervencionista estadounidense en El Salvador; el alto mando militar, cuestionado por el régimen autoritario con que defendían a una oligarquía pasada de moda; el Poder Judicial -que permitía toda clase de violaciones de los derechos humanos- lo mismo que todos los organismos responsables de la confrontación, fueron presentados siempre como la cara buena de una moneda que, al otro lado, tenía ubicado al mal, supuestamente a las organizaciones guerrilleras, a las entidades populares, a los sectores democratizantes, a todos los que desde la oposición al gobierno pugnaban por cambiar la composición del poder en El Salvador.
Sin hacer juicios de valor y a base de formación objetiva, el autor presenta datos de fuentes fidedignas más que suficientes para un análisis ecuánime de lo que ocurrió en los años de guerra y turbulencia política.