Lágrimas en el ojo del tiempo:
Hablar, pensar o escribir sobre el futuro no es, en estos tiempos, nada especial y si algo muy común. Hay escritores que prefieren hacerlo del pasado, entre los que me encuentro, otros prefieren el presente y otros tantos el expectante porvenir. Por esta vez escribo del futuro, un devenir no demasiado lejano, pues si así fuera, entraría en la ciencia ficción o en la ucronía, aspectos que no son los de este caso.
He releído recientemente, por tercera o cuarta vez, “1984”, un relato profundo que ha soportado perfectamente el paso del tiempo y, en gran parte, sus premoniciones conservan clara vigencia. G. Orwell calculó un tiempo, el año que lleva por título su novela, en el que se adelantaba a una realidad que lentamente se impone: el control del ciudadano por el estado.
Queda claro, o al menos debería quedar, para aquellos con capacidad pensante, que mientras más se nombra la palabra “libertad”, menos existe ésta en una paradoja harto conocida. Y esta es una constante, perseguida por los políticos para mantenerse en su papel de pseudo-generosidad. Una posición que deben a esa masa de la que lo olvidan todo y que es la misma que les regala esa situación cada X tiempo, mediante una consulta popular, un plebiscito que perpetúa a esa especie parásita que, para nuestra desgracia, crece tan desmesuradamente como inútil es en su función, concepto aplicable para la mayoría de los políticos.
Desde tiempos pretéritos, el brujo de la tribu, con sus conjuros y supersticiones, aprendió a manejar a la masa. Y la intuición de esta ventaja se fue perfeccionando mediante algo básico, siempre basado en el oscurantismo: a mayor ignorancia, mejor manipulación. Posteriormente, y a lo largo del tiempo que nos conduce a la actualidad, los hierofantes, los monarcas y los políticos, asociados en el poder fáctico de cada momento, crean nuevas y retorcidas ideas que, en iterativas variaciones de escenario, han sojuzgado a la población, crédula y desinformada, en una concatenación de poder que crece arropado por la incapacidad de pensar independiente de la mayoría.
Los señuelos de la libertad, las promesas de una vida mejor, de un futuro inestimable que se encuentra a punto de llegar para todos, es el falso alimento de esperanza que permite que todo siga igual para la mayoría, confiada en que todo mejorará “Per se”, o gracias a “ellos”, los creadores de falsas esperanzas. “Ellos”, que nos devuelven promesas a cambios de votos. “Ellos” que nos hacen creer en un maná que caerá desde sus manos y que, gracias a su generosidad, nos resolverán los problemas cotidianos. “Ellos”, que sólo miran hacia sí mismos con las vagas y falsas ofertas que tienen para los demás, pero de los que nunca nos llega nada que no sea pedirnos paciencia y justificar las falsías y las subidas de impuestos. ¡Qué esto es cierto, es algo más que sabido para los que conocen la historia y no la olvidan!
A “Ellos” hay que pedirles lo que indica el viejo dicho latino: “Factus non verbas”. Y es ese “haz, no hables”, lo que implica que nada que venga y nada que nos llegue, se deberá a lo que no sea el esfuerzo y sacrificio que cada persona realice. Confiar, esperar, creer y como mucho dejarnos protestar sin algaradas, son las armas de las que se valen los que lo controlan todo. Y así ha sido a lo largo de siglos de lo que, eufemísticamente, llamamos “evolución civilizada”. La realidad es que todo tiene un límite, y cuando se rebasan los mínimos que se nos han “graciosamente” concedido, el estado policial lo reprime con tremenda dureza. Y es que esa “libertad” que tenemos, y que cada día suena más, no es lo que la mayoría cree. La “libertad” que nos echan --no nos la dan, sino que nos la echan cual si de una limosna se tratara-- es lo que los poderosos nos permiten para mantener cada cosa en el sitio que ellos quieren. No son esas aparentes libertades concedidas, sino efímeros fuegos artificiales que nos llenan los ojos de color y la vida de congojas.
P
Hablar, pensar o escribir sobre el futuro no es, en estos tiempos, nada especial y si algo muy común. Hay escritores que prefieren hacerlo del pasado, entre los que me encuentro, otros prefieren el presente y otros tantos el expectante porvenir. Por esta vez escribo del futuro, un devenir no demasiado lejano, pues si así fuera, entraría en la ciencia ficción o en la ucronía, aspectos que no son los de este caso.
He releído recientemente, por tercera o cuarta vez, “1984”, un relato profundo que ha soportado perfectamente el paso del tiempo y, en gran parte, sus premoniciones conservan clara vigencia. G. Orwell calculó un tiempo, el año que lleva por título su novela, en el que se adelantaba a una realidad que lentamente se impone: el control del ciudadano por el estado.
Queda claro, o al menos debería quedar, para aquellos con capacidad pensante, que mientras más se nombra la palabra “libertad”, menos existe ésta en una paradoja harto conocida. Y esta es una constante, perseguida por los políticos para mantenerse en su papel de pseudo-generosidad. Una posición que deben a esa masa de la que lo olvidan todo y que es la misma que les regala esa situación cada X tiempo, mediante una consulta popular, un plebiscito que perpetúa a esa especie parásita que, para nuestra desgracia, crece tan desmesuradamente como inútil es en su función, concepto aplicable para la mayoría de los políticos.
Desde tiempos pretéritos, el brujo de la tribu, con sus conjuros y supersticiones, aprendió a manejar a la masa. Y la intuición de esta ventaja se fue perfeccionando mediante algo básico, siempre basado en el oscurantismo: a mayor ignorancia, mejor manipulación. Posteriormente, y a lo largo del tiempo que nos conduce a la actualidad, los hierofantes, los monarcas y los políticos, asociados en el poder fáctico de cada momento, crean nuevas y retorcidas ideas que, en iterativas variaciones de escenario, han sojuzgado a la población, crédula y desinformada, en una concatenación de poder que crece arropado por la incapacidad de pensar independiente de la mayoría.
Los señuelos de la libertad, las promesas de una vida mejor, de un futuro inestimable que se encuentra a punto de llegar para todos, es el falso alimento de esperanza que permite que todo siga igual para la mayoría, confiada en que todo mejorará “Per se”, o gracias a “ellos”, los creadores de falsas esperanzas. “Ellos”, que nos devuelven promesas a cambios de votos. “Ellos” que nos hacen creer en un maná que caerá desde sus manos y que, gracias a su generosidad, nos resolverán los problemas cotidianos. “Ellos”, que sólo miran hacia sí mismos con las vagas y falsas ofertas que tienen para los demás, pero de los que nunca nos llega nada que no sea pedirnos paciencia y justificar las falsías y las subidas de impuestos. ¡Qué esto es cierto, es algo más que sabido para los que conocen la historia y no la olvidan!
A “Ellos” hay que pedirles lo que indica el viejo dicho latino: “Factus non verbas”. Y es ese “haz, no hables”, lo que implica que nada que venga y nada que nos llegue, se deberá a lo que no sea el esfuerzo y sacrificio que cada persona realice. Confiar, esperar, creer y como mucho dejarnos protestar sin algaradas, son las armas de las que se valen los que lo controlan todo. Y así ha sido a lo largo de siglos de lo que, eufemísticamente, llamamos “evolución civilizada”. La realidad es que todo tiene un límite, y cuando se rebasan los mínimos que se nos han “graciosamente” concedido, el estado policial lo reprime con tremenda dureza. Y es que esa “libertad” que tenemos, y que cada día suena más, no es lo que la mayoría cree. La “libertad” que nos echan --no nos la dan, sino que nos la echan cual si de una limosna se tratara-- es lo que los poderosos nos permiten para mantener cada cosa en el sitio que ellos quieren. No son esas aparentes libertades concedidas, sino efímeros fuegos artificiales que nos llenan los ojos de color y la vida de congojas.
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