DE DEDICATORIA : "A Vd., mi querido amigo, a Vd. que hace justamente veinte años, en estemes de Diciembre, casi me secuestró, por espacio de tres días, a fin deque escribiera esta novela, se la dediqué, cuando se publicó por primeravez en México. Recuerdo bien que deseando Vd. que saliese algo mío en "_El Álbum_" deNavidad que se imprimía, merced a los esfuerzos de Vd., en el folletínde "_La Iberia_" periódico que dirigía nuestro inolvidable amigo Anselmode la Portilla, me invitó para que escribiera un cuadro de costumbresmexicanas; prometí hacerlo, y fuerte con semejante promesa, se instalóVd. en mi estudio, y conociendo por tradición mi decantada pereza, no medejó descansar, alejó a las visitas que pudieran haberme interrumpido;tomaba las hojas originales a medida que yo las escribía, para enviarlasa la Imprenta, y no me dejó respirar hasta que la novela se concluyó. Esto poco más o menos decía yo a Vd. en mi dedicatoria que no tengo a lamano, y que Vd. mismo no ha podido conseguir, cuando se la he pedidoúltimamente para reproducirla. He tenido, pues, que escribirla de nuevo para la quinta edición que va ahacerse en París y para la sexta que se publicará en francés. Reciba Vd. con afecto este pequeño libro, puesto que a Vd. debo elhaberlo escrito. IGNACIO M. ALTAMIRANO PARÍS, Diciembre 26 de 1890 LA NAVIDAD EN LAS MONTAÑAS El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de losvalles; deteníanse[1] un momento entre los obscuros bosques y lasnegras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; despuésavanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas delas agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbiafrente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habíandesafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo ylas agitaciones de la tierra. Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estosenormes turbantes formados por la niebla, parecían incendiar las nubesagrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas delremoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por lasombra, y desaparecían después de iluminar con su última caricia laobscura cresta de aquella oleada de pórfido. Los postreros rumores del día anunciaban por dondequiera la proximidaddel silencio. A lo lejos, en los valles, en las faldas de las colinas, alas orillas de los arroyos, veíanse reposando quietas y silenciosas lasvacadas; los ciervos cruzaban como sombras entre los árboles, en buscade sus ocultas guaridas; las aves habían entonado ya sus himnos de latarde, y descansaban en sus lechos de ramas; en las rozas se encendía laalegre hoguera de pino, y el viento glacial del invierno comenzaba aagitarse entre las hojas."
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