Quien se acerca a Jesús tiene la sensación de encontrarse con alguien extrañamente actual. Hay en él gestos y palabras que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales. Los siglos transcurridos no han apagado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y le abramos sinceramente el corazón.
Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con él. No han tenido la suerte de escuchar con sencillez y de forma directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado muchas veces desfigurado por doctrinas, fórmulas y discursos teológicos complicados.
Mucha gente sencilla y buena no sabe qué caminos andar para encontrarse con aquel Profeta, lleno de Dios, que acogía a prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con la muerte de sus amigos, contagiaba esperanza e invitaba a todos a vivir con libertad una vida más digna y dichosa.
No nos puede extrañar la interpelación del escritor francés J. Onimus: “Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores o estudiosos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples y directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres”.
Siempre he pensado que uno de los mayores servicios que puedo hacer es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de la gente. Éste es el objetivo que persigo de una u otra manera desde hace muchos años, al comentar de manera sencilla y orante estos textos evangélicos de Marcos. Me mueve una convicción: la fe en Jesucristo es la fuerza más vigorosa que puede encontrar el ser humano para enfrentarse a la vida de cada día, la luz más clara para vivir de manera acertada, la esperanza más indestructible para mirar el futuro con confianza.
Son muchos los que, estos años, se han ido alejando de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo. En una escena recogida en el evangelio de Juan, nos dice que, al ver que muchos lo abandonaban, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Y Pedro, con su habitual honestidad, le respondió: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos en ti”. Tal vez hoy tengamos que decir lo mismo: ¿a quién vamos a acudir?
Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con él. No han tenido la suerte de escuchar con sencillez y de forma directa sus palabras. Su mensaje les ha llegado muchas veces desfigurado por doctrinas, fórmulas y discursos teológicos complicados.
Mucha gente sencilla y buena no sabe qué caminos andar para encontrarse con aquel Profeta, lleno de Dios, que acogía a prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con la muerte de sus amigos, contagiaba esperanza e invitaba a todos a vivir con libertad una vida más digna y dichosa.
No nos puede extrañar la interpelación del escritor francés J. Onimus: “Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores o estudiosos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples y directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres”.
Siempre he pensado que uno de los mayores servicios que puedo hacer es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de la gente. Éste es el objetivo que persigo de una u otra manera desde hace muchos años, al comentar de manera sencilla y orante estos textos evangélicos de Marcos. Me mueve una convicción: la fe en Jesucristo es la fuerza más vigorosa que puede encontrar el ser humano para enfrentarse a la vida de cada día, la luz más clara para vivir de manera acertada, la esperanza más indestructible para mirar el futuro con confianza.
Son muchos los que, estos años, se han ido alejando de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo. En una escena recogida en el evangelio de Juan, nos dice que, al ver que muchos lo abandonaban, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Y Pedro, con su habitual honestidad, le respondió: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos en ti”. Tal vez hoy tengamos que decir lo mismo: ¿a quién vamos a acudir?