Etaya, copropietaria del bar Purgatorio, es traicionada por su marido. Delvil, su supuesto enemigo, es el único que puede salvarla. Aunque pasar días a solas con un motero por el que siente una fuerte lujuria podría ser para Etaya más peligroso que enfrentarse sola a la muerte.
Libro uno de la trilogía de fantasía erótica El altar del pecado.
Extracto:
—Nena, aquí están. Espero que no te hayas enfriado.
Esa voz… a Neathel le resultó familiar. Sintió un escalofrío en su columna al oírla mas enseguida jadeó y luego contuvo el aliento. Observó cómo él tensaba los definidos músculos de su espalda y hombro y arrojaba sobre el ombligo de la joven varios preservativos.
—Para nada… Sobre todo después de comprobar que los que yo llevo te vienen pequeños.
La chica cogió uno de los rectángulos de plástico y lo desgarró, mientras sus piernas se abrían con una lentitud exasperante. El motero se colocó delante de ella antes de que la mujer que los estaba observando, escondida en las sombras, pudiera ver algo más que el atisbo de la piel femenina que se ofrecía, enrojecida, al guerrero. Neathel, que sentía su boca seca y todo su cuerpo tenso, se quedó mirando la ancha espalda del hombre y sus brazos, unos que se bajaron los vaqueros en un súbito movimiento, dejando a la vista ese culo impresionante con el que llevaba varios segundos fantaseando.
¡Joder! Ella no debería estar allí, no mirando algo que había decidido no experimentar jamás. Pero no podía despegar sus ojos de la escena. De los de la chica que se acababan de abrir de golpe al ver lo que le ofrecía su amante. Del cuerpo del hombre, que parecía estar poniéndose la protección. Del de la mujer, cuyas piernas había subido para entrelazar las caderas del motero y estaban cruzadas sobre ese trasero en el cual Neathel deseaba hundir su lengua.
Se le escapó un jadeo ahogado que provocó que las cintas de su corpiño constriñeran sus pechos de un modo doloroso. La chica de piel oscura no se dio cuenta pero el hombre giró su cabeza y clavó sus ojos en los de ella. ¡Era imposible! Estaba escondida, lejos de la luz que alumbraba a la pareja, vestida de negro, no debería de poder verla…
Libro uno de la trilogía de fantasía erótica El altar del pecado.
Extracto:
—Nena, aquí están. Espero que no te hayas enfriado.
Esa voz… a Neathel le resultó familiar. Sintió un escalofrío en su columna al oírla mas enseguida jadeó y luego contuvo el aliento. Observó cómo él tensaba los definidos músculos de su espalda y hombro y arrojaba sobre el ombligo de la joven varios preservativos.
—Para nada… Sobre todo después de comprobar que los que yo llevo te vienen pequeños.
La chica cogió uno de los rectángulos de plástico y lo desgarró, mientras sus piernas se abrían con una lentitud exasperante. El motero se colocó delante de ella antes de que la mujer que los estaba observando, escondida en las sombras, pudiera ver algo más que el atisbo de la piel femenina que se ofrecía, enrojecida, al guerrero. Neathel, que sentía su boca seca y todo su cuerpo tenso, se quedó mirando la ancha espalda del hombre y sus brazos, unos que se bajaron los vaqueros en un súbito movimiento, dejando a la vista ese culo impresionante con el que llevaba varios segundos fantaseando.
¡Joder! Ella no debería estar allí, no mirando algo que había decidido no experimentar jamás. Pero no podía despegar sus ojos de la escena. De los de la chica que se acababan de abrir de golpe al ver lo que le ofrecía su amante. Del cuerpo del hombre, que parecía estar poniéndose la protección. Del de la mujer, cuyas piernas había subido para entrelazar las caderas del motero y estaban cruzadas sobre ese trasero en el cual Neathel deseaba hundir su lengua.
Se le escapó un jadeo ahogado que provocó que las cintas de su corpiño constriñeran sus pechos de un modo doloroso. La chica de piel oscura no se dio cuenta pero el hombre giró su cabeza y clavó sus ojos en los de ella. ¡Era imposible! Estaba escondida, lejos de la luz que alumbraba a la pareja, vestida de negro, no debería de poder verla…