Marina había tenido que volar desde Australia hasta Londres para donar su médula espinal a Rebecca, una niña de siete años con leucemia.
Pero al llegar a su destino, Marina descubrió que el tío de la niña, el conde de Winterbourne, con quien había mantenido una escueta y formal correspondencia, no era el venerable anciano que ella esperaba. Muy al contrario, se trataba de un impresionante caballero de treinta y tantos años, realmente atractivo.
Marina intentó ignorar los intensos sentimientos que James despertaba en ella, y concentrarse en su cometido de salvar la vida de la pequeña. Pero él no se lo puso fácil: la quería en su cama y estaba dispuesto a conseguirlo…