El 10 de noviembre de 1985, un pueblo balneario llamado Villa Epecuén -en ese entonces, uno de los polos de turismo termal más importantes de la Argentina- sufrió la crecida de un lago y en pocos días quedó cubierto por ocho metros de agua. Los habitantes debieron desarmar y abandonar sus casas con urgencia, mientras los ataúdes del cementerio local salían flotando. Los funcionarios públicos se empeñaron en negarlo todo hasta último momento. Y la localidad entera se convirtió en un Titanic bonaerense en el que confluyeron las mezquindades humanas, los dramas domésticos, el dolor del desarraigo, los temores de la posdictadura y la negligencia de un Estado tomado por el interés individual.
Hoy, las ruinas de Epecuén resurgen de las aguas -que se fueron evaporando con el paso de los años- y traen consigo un paisaje de po sguerra, y preguntas. ¿Es posible que un pueblo desaparezca en silencio? ¿Qué tipo de relato queda escrito en Epecuén? Josefina Licitra busca las respuestas entre los evacuados, las fotos viejas y las voces de una generación que habla de su pago chico como se habla de la infancia: con nostalgia, con cierta vocación de mito, y con la necesidad urgente -y a la vez antigua- de encontrar culpables.
Hoy, las ruinas de Epecuén resurgen de las aguas -que se fueron evaporando con el paso de los años- y traen consigo un paisaje de po sguerra, y preguntas. ¿Es posible que un pueblo desaparezca en silencio? ¿Qué tipo de relato queda escrito en Epecuén? Josefina Licitra busca las respuestas entre los evacuados, las fotos viejas y las voces de una generación que habla de su pago chico como se habla de la infancia: con nostalgia, con cierta vocación de mito, y con la necesidad urgente -y a la vez antigua- de encontrar culpables.