El Fedón, sobre la inmortalidad del alma, y el Fedro, acerca de la aspiración a la Idea (o Forma) de Belleza, son magníficos acompañantes de la obra maestra de Platón, el Banquete, diálogo sobre Eros o el Amor, aspiración trascendente enraizada en lo más hondo de la naturaleza humana.
Este volumen incluye tres de los cuatro diálogos (el otro es la República, que ocupa el siguiente tomo de la colección) calificados de «ideológicos», en los que se supera la simple evocación de la filosofía socrática y se trata, desde diversas perspectivas, la naturaleza ontológica de las ideas, así como la relación de los humanos con las mismas.
El tema central del Fedón es el debate acerca de la inmortalidad del alma simple y pura, opuesta al cuerpo corruptible, en un dualismo tajante que Platón suavizará en la República y el Fedro. Sócrates, que al final del diálogo afrontará con serenidad la pena de muerte que le ha impuesto un jurado adverso, esgrime una serie de argumentos combinados para demostrar la trascendencia del alma respecto al cuerpo: compensación de los procesos contrarios, reminiscencia, afinidad del alma con las ideas. La gran novedad de estos planteamientos es la trasposición de lo religioso a lo intelectual, pues el idealismo platónico, su método dialéctico, es una construcción por entero racional, depurada de leyendas y tradiciones, orfismo y misterios. Sólo la introducción de un mito final sobre un viaje al Más Allá y el destino de las almas complementa, cuando ya todo está razonado, la argumentación filosófica.
El Banquete es para la mayoría de estudiosos y lectores la obra maestra de Platón, la perfección suma de su arte, el más poético de sus diálogos, en el que los aspectos literarios no pueden separarse de la exposición filosófica. Sócrates participa con varios sofistas de segunda generación en un gran debate sobre el tema principal del diálogo: el amor, por qué Eros es un dios, y cómo gobierna la vida humana. Tras cinco discursos sobre Eros pronunciados por sendos personajes, Sócrates procede a referir el mensaje que le transmitió la sacerdotisa Diotima acerca de esta divinidad: el amor es deseo de lo bueno y de felicidad, de poseer lo bueno para siempre, de procreación en la belleza corporal y espiritual; este deseo está ligado a la aspiración a la inmortalidad mediante la generación en la belleza, que la naturaleza humana siente a raíz del impulso demónico o intermediario de Eros, el cual requiere un aprendizaje que lleva a la contemplación de la Belleza en sí, independiente de las bellezas particulares.
El Fedro culmina en su primera parte las reflexiones platónicas acerca de Eros, el Amor, y pasa en una segunda parte bien diferenciada a ocuparse de la capacidad del lenguaje para convencer a los hombres. De hecho, el problema de la retórica ya está latente en la primera parte, puesto que Fedro lee un discurso sobre Eros del famoso sofista Lisias, en el que se hace alarde de paradojas; Sócrates replicará que el amor es una locura divina cuya comprensión requiere aceptar la naturaleza inmortal del alma, y expone el célebre mito del auriga que conduce dos caballos alados (apetitos sensuales y espirituales del hombre) que él, como razón, gobierna y conduce hacia la Idea (o Forma) del Bien: un mito sobre Eros en el que se entrelazan teología y ontología, el alma y su destino, el amor, el mundo de las ideas, las aspiraciones humanas, la pasión y la razón. En la segunda parte se analizan estos discursos y se concluye que la retórica, autónoma y suficiente según los sofistas, debe fundarse en el conocimiento de la verdad y no de lo verosímil; debe dejar paso a la ciencia superior, la dialéctica, que lleva al conocimiento del alma humana. También esta segunda parte tiene su mito espléndido: el de Theuth y Thamus, acerca de la relación entre la escritura y la memoria.