“Por los caminos del mundo” es un libro dedicado exclusivamente a narrar la experiencia, siempre disfrutable, de viajar. Esto lo hace ser un texto distinto del resto de los trabajos publicados por el autor, que en general poseen un perfil académico y técnico. Aquí la propuesta es más personal, que es el valor fundamental que se encuentra en cada uno de los relatos, propios de un individuo apasionado por las culturas y el arte de los distintos países que ha conocido. Como bien lo expresa en sus “Palabras liminares”, su interés por los viajes, que diríase siente como algo innato, “es producto de reiteradas lecturas desde la lejana juventud, asomándose uno a la vida que otrora se vivió, compenetrándose así con lo que es característico de cada comarca”. Esto último es perceptible, por ejemplo, al leer la sección dedicada a Castilla, donde la presencia de la tradición literaria en la figura del Quijote se vuelve inevitable. De la misma manera, la ciudad de Salamanca trae a la mente del cronista al entrañable personaje de la picaresca española, el Lazarillo de Tormes. Obviamente, estos nombres, tan célebres, sólo son el comienzo de la aventura, pues a medida que se incursiona en las distintas historias desfilan otros no menos célebres y fundamentales.
Es éste, entonces, un libro para el placer: “viajar es ver, conocer y también vibrar ante la belleza expuesta ante los ojos, tanto de la naturaleza como de las obras del hombre. Se recorren los lugares con los sentidos aguzados, el pensamiento alerta, rememorando tantas veces el pasado de los pueblos y las tierras recorridas...”. Viajar es aprender, convertir en experiencia vital lo leído en los libros, que se va decantando en la memoria y en el espíritu, enriqueciéndolos a la vez.
En algo más de trescientas páginas las crónicas de algunos de los viajes del autor realizados en alrededor de cinco décadas, ilustradas en parte con fotografías propias, recorriendo lugares y países de tres continentes, algunos de ellos exóticos y alejados, otros más conocidos pero no por ello menos interesantes, cumplen un único propósito, el acto de narración. Este hecho otorga unidad y coherencia a esos simpáticos relatos logrados con un lenguaje muy cuidado, aunque sin pretensiones académicas, sino con la sola intención de traer el recuerdo y capturar en la memoria atrayentes sitios visitados, ofreciendo al mismo tiempo, un sucinto panorama histórico que complementa lo visto y lo tocado. La narración es, de tal suerte, a la vez un encuentro con el lector, con quien Puig comparte la maravillosa aventura de andar por los caminos del mundo, un encuentro sin plan determinado, impulsado, como dice, por el mero gusto de narrar, lo cual logra, como se advierte de inmediato, de manera no sólo elevada sino amena y atrapante.
Es éste, entonces, un libro para el placer: “viajar es ver, conocer y también vibrar ante la belleza expuesta ante los ojos, tanto de la naturaleza como de las obras del hombre. Se recorren los lugares con los sentidos aguzados, el pensamiento alerta, rememorando tantas veces el pasado de los pueblos y las tierras recorridas...”. Viajar es aprender, convertir en experiencia vital lo leído en los libros, que se va decantando en la memoria y en el espíritu, enriqueciéndolos a la vez.
En algo más de trescientas páginas las crónicas de algunos de los viajes del autor realizados en alrededor de cinco décadas, ilustradas en parte con fotografías propias, recorriendo lugares y países de tres continentes, algunos de ellos exóticos y alejados, otros más conocidos pero no por ello menos interesantes, cumplen un único propósito, el acto de narración. Este hecho otorga unidad y coherencia a esos simpáticos relatos logrados con un lenguaje muy cuidado, aunque sin pretensiones académicas, sino con la sola intención de traer el recuerdo y capturar en la memoria atrayentes sitios visitados, ofreciendo al mismo tiempo, un sucinto panorama histórico que complementa lo visto y lo tocado. La narración es, de tal suerte, a la vez un encuentro con el lector, con quien Puig comparte la maravillosa aventura de andar por los caminos del mundo, un encuentro sin plan determinado, impulsado, como dice, por el mero gusto de narrar, lo cual logra, como se advierte de inmediato, de manera no sólo elevada sino amena y atrapante.