¿De dónde salió el mito de que los zacapoaxtlas ganaron la batalla de Puebla? ¿De dónde la extraña idea de la fraternidad en el partido de los republicanos puros, los rojos, enzarzados en debates y diferencias? ¿De dónde la supuesta unanimidad del México resistente que parece ignorar piadosamente a hordas de traidores, chaqueteros, vendepatrias? ¿Por qué no se cuenta la furiosa actitud de Zaragoza ante una ciudad de Puebla que no le daba de comer al ejército de Oriente y con una burguesía y un alto clero que rogaban por que los franceses vencieran? ¿Por qué no se profundiza en las dudas del joven general que pareciera no acabar de creerse su victoria? A ciento cincuenta años de distancia, todavía hoy resuenan las hazañas de la batalla del 5 de mayo de 1862: el antimperialismo de supervivencia, la dignidad de unos, el rastrero comportamiento de otros, datos aparentemente intranscendentes, pequeñas historias que no dejan de sorprender y emocionar. Afortunadamente el pasado no pasa nunca.
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