...el periodismo me llevó a conocer en persona a Perón y también por oficio fue que a su muerte, 1974, siendo corresponsal en Madrid, me inquietase conocer qué datos, qué secretos rodearon el último tramo de su vida. Si bien ella terminó en Buenos Aires, quedaban en España tramos no explorados de su quehacer personal. Ojos, bocas, memorias, papeles, contenían una información privada que pudiera quizás servir al resumen final del personaje. Liberado de etiquetas políticas (inocente, que no ingenuo), abordé este trabajo como continuidad de aquel Hola, Perón que, en 1965, fue el primero en registrar su vida en el destierro. Ahora, serían el testimonio de sus allegados y algunos documentos privados mi puente con Perón. O, por lo menos, con una parte de él: la que entrevieron y guardaron otros. El fruto de esas investigaciones se publicó en España en 1975 bajo el título El último Perón. La forma y la estructura de esta obra la dictó la realidad. Un largo trabajo en el que la suerte, por un lado, y la confianza, por el otro, cumplieron su parte. Más afectos a la frase “la política es el arte de lo posible” que a la definición “la política es el arte de hacer que la gente viva bien”, la mayoría de los dueños del poder tienden a la impostura de aceptar que la lucha política es más eficiente si se la practica a oscuras, entre biombos, que “a cielo abierto”, esto es, a pueblo abierto. En esta comedia histórica entendida como caja china, lo usual es acumular secretos públicos dejando a la ciudadanía el papel de espectador o adivinador. Aunque cada vez menos. Puede que tras la apocalíptica niebla del cambio de época en el que vivimos, llegue un tiempo en el que nadie “crucifique a Cristo o envenene a Sócrates”, que de eso, en suma, trata la justa ilusión del abelismo humano. El ocaso de Perón rescata hoy, 2007, aquellos dos trabajos que intentaron a su modo abrir un poco más una ventana que ayudara a entendernos....
Esteban Peicovich
Esteban Peicovich