El budismo, que tuvo su origen en la India, se desarrolló y se difundió gradualmente en la China, un país con antecedentes culturales totalmente diferentes. Si bien se preservó la esencia de la enseñanza budista en ámbitos con diversidad de costumbres e idiomas, el pueblo chino no la recibió sin cambios. El proceso que demandó la adaptación de nuevos elementos y modificaciones, proporciona la clave para entender algunas características que califican al budismo como una religión mundial. Ikeda ofrece una interesante percepción de cómo el budismo chino llegó a florecer, prestando especial atención a la historia de los eruditos y personajes vernáculos que sostuvieron el Sutra del loto y establecieron las bases del budismo chino, en particular la escuela T’ien-tai.
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