En un universo grandioso, con más de 13.700 millones de antigüedad, las posibilidades de desarrollar vida inteligente llevan a civilizaciones muy distintas entre sí. Las antiguas gozan de más tiempo para desarrollar tecnología, expandirse y dominar. Inevitablemente para enfrentarse por todos los medios a su propia destrucción.
Cuando es imposible prolongar la savia vital de la vida, queda la evolución cibernética, sustituyendo el cuerpo biológico por otro mecánico. Una especie tecnológicamente avanzada puede conseguir esto a partir de determinado nivel. Sin embargo ¿qué ocurre cuando no se quiere prescindir de un cuerpo con sangre y alma? Para algunos la tentación de la carne, del bullir de imperfectos receptáculos biológicos con pasiones intensas, no puede ser sustituida por un frío cuerpo de robot.
Los nexar pensaban así. Eran una especie antigua, sabia, despiadada y con paciencia. Podían permitirse pruebas y ensayos con sus creaciones artificiales, hasta encontrar la más adecuada a sus deseos.
Los humanos pronto fueron descartados. Cuerpos frágiles; mentes obtusas de inteligencia limitada. La Tierra caminaba hacia la autodestrucción y solo se salvaría encontrando nuevos mundos para la depredación viral de sus habitantes. Para los nexar, la existencia humana solo tenía sentido como base genética, primitiva, de las evoluciones artificiales posteriores. Realizaron ensayos, creando nuevas razas, potenciando determinados aspectos larvarios. Con toda su ineficiente fragilidad, los humanos poseían potencial. Durante milenios podían ser modificados, sembrados, analizados y descartados.
Pronto surgirían los verdaderos candidatos con posibilidades.
En la culminación de su obra, los nexar eran poco menos que dioses a punto de conseguir una inmortalidad artificial. Pagados de sí mismos, egocéntricos más allá de la razón, ni por un instante se percataron del riesgo supremo para un dios:
Cuando el creado mata a su creador.
Cuando es imposible prolongar la savia vital de la vida, queda la evolución cibernética, sustituyendo el cuerpo biológico por otro mecánico. Una especie tecnológicamente avanzada puede conseguir esto a partir de determinado nivel. Sin embargo ¿qué ocurre cuando no se quiere prescindir de un cuerpo con sangre y alma? Para algunos la tentación de la carne, del bullir de imperfectos receptáculos biológicos con pasiones intensas, no puede ser sustituida por un frío cuerpo de robot.
Los nexar pensaban así. Eran una especie antigua, sabia, despiadada y con paciencia. Podían permitirse pruebas y ensayos con sus creaciones artificiales, hasta encontrar la más adecuada a sus deseos.
Los humanos pronto fueron descartados. Cuerpos frágiles; mentes obtusas de inteligencia limitada. La Tierra caminaba hacia la autodestrucción y solo se salvaría encontrando nuevos mundos para la depredación viral de sus habitantes. Para los nexar, la existencia humana solo tenía sentido como base genética, primitiva, de las evoluciones artificiales posteriores. Realizaron ensayos, creando nuevas razas, potenciando determinados aspectos larvarios. Con toda su ineficiente fragilidad, los humanos poseían potencial. Durante milenios podían ser modificados, sembrados, analizados y descartados.
Pronto surgirían los verdaderos candidatos con posibilidades.
En la culminación de su obra, los nexar eran poco menos que dioses a punto de conseguir una inmortalidad artificial. Pagados de sí mismos, egocéntricos más allá de la razón, ni por un instante se percataron del riesgo supremo para un dios:
Cuando el creado mata a su creador.