“Ya no confiaba en la vida del granjero. Una vida tranquila, de trabajo duro pero fructífero. Una vida frágil como la tela de araña. Demasiado frágil para aquellos tiempos y lugares en los que la tierra estaba infestada de monstruos humanos. Carroñeros sucios y violentos como las hienas, dispuestos a lanzarse sobre cualquiera que considerasen más débil.
Quería poner el desierto y las montañas de por medio. Creía que si usaba el país entero como escudo me protegería de la sombra del Refugio de Nigel. Estaba convencido de que encontraría lo que necesitaba en el otro extremo de Sudáfrica. Creía que el último bastión civilizado haría honor a su apellido, dándonos a todos la esperanza que buscábamos. La esperanza de volver a ser lo que habíamos sido, de ser incluso mejores que antes. La esperanza de ser algo más que los supervivientes de la Peste. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de la verdad más terrible de todas.
Nosotros éramos la Peste.”
Hans L. K.
Quería poner el desierto y las montañas de por medio. Creía que si usaba el país entero como escudo me protegería de la sombra del Refugio de Nigel. Estaba convencido de que encontraría lo que necesitaba en el otro extremo de Sudáfrica. Creía que el último bastión civilizado haría honor a su apellido, dándonos a todos la esperanza que buscábamos. La esperanza de volver a ser lo que habíamos sido, de ser incluso mejores que antes. La esperanza de ser algo más que los supervivientes de la Peste. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de la verdad más terrible de todas.
Nosotros éramos la Peste.”
Hans L. K.