EMMELINNE
CAPÍTULO I
Iba a cerrar las puertas de la biblioteca de la mansión de mis antepasados, cuando un desconocido se presentó casi sin resuello.
-Caballero, si no tiene inconveniente es muy tarde para atenderle. Si lo desea puede venir el próximo lunes a buscar el libro que le interese.
Los fines de semana no está abierta al público.
Una voz un poco ronca y angustiada me habló.-Perdone señorita, me urge consultar un libro muy especial. Si usted me ayuda a encontrarlo, le prometo que no la molestaré más.
-Bueno si es tan apremiante lo que busca, puede pasar dentro y calentarse cerca de la chimenea, hay unos sillones muy cómodos para la lectura. Enseguida estoy con usted caballero, cerraré las puertas, no creo que a estas horas del anochecer aparezca algún aldeano para llevarse un libro de lectura.
-Es muy amable señorita.
El caballero era muy extraño, no le había visto el rostro. Se ocultaba tras una capa negra muy larga.
-Caballero le apetece tomar un té o un café caliente. La noche está muy fría y pronto empezará a helar.
-Se lo agradecería mucho señorita.
Coloqué encima de las brasas del fuego, un puchero con agua a hervir y eché las hojas del té.
-Enseguida estará listo y lo acompañaremos con una tarta que he preparado esta mañana.
¿Desea que le recoja su capa, para estar más cómodo?
-¡No! Usted perdone, tengo demasiado frío como para quitármela.
Estaba metido en un buen lio. Había sido atacado por una bestia en los alrededores de mi Castillo, cuando cabalgaba a caballo por la noche. Se echó encima y me tiró al suelo huyendo despavorido mi semental.
Unos brutales mordiscos por todo mi cuerpo me dejó medio muerto, en mitad del bosque.
Gracias a mi fiel sirviente Luwich, que me encontró. Hoy puedo estar aquí, para investigar las secuelas que me han quedado.
Estoy muy preocupado. Mi aspecto cambia por momentos cuando llega la noche y la luna está brillante.
No puedo mostrar mi rostro a esta bella joven. Si lo viera se asustaría y creería que está ante una fiera.
Es el único lugar donde puedo recurrir para estudiar mi dolencia. En todo el condado, tiene fama la mansión de la familia Anderson, por poseer la mayor y mejor colección de incunables, manuscritos y papiros.
Esta muchacha debe ser una descendiente de ellos y es tan generosa que comparte con los aldeanos sus tesoros.
-Caballero, tome la taza de té, le calmará los temblores del frío y con una porción de mi tarta de chocolate, se encontrará mucho mejor.
-Gracias.
Me sonrió la joven con mucha dulzura. No me había fijado bien, casi derramo el contenido de la taza ante tanta belleza. No parecía real. Su hermosura eclipsaba a cualquier astro del cielo. Soy un estudioso de la Astronomía y Astrología, y nunca vi semejante brillo y esplendor. Es maravillosa y mágica no se puede comparar ni siquiera a las estrellas.
Sus ojos violetas con largas pestañas negras, su cabello como el ébano largo y rizado, su piel como el terciopelo blanco, su nariz un poco respingona, sus pómulos marcados, su barbilla con un hoyito en el centro y los carnosos labios rojos que me dan ganas de devorárselos.
¡Qué me ocurre que casi no puedo controlar a la bestia que habita en mí! ¡Tengo pensamientos ardientes con esta bella joven!
-Caballero si no es indiscreción, ¿no es de nuestra aldea verdad? Se lo pregunto porque no creo haberle visto por aquí en los últimos meses desde que vivo en la mansión familiar.
-Sí, lo soy.
Aunque, no voy al pueblo casi nunca, me quedo en mis tierras al otro lado del río.
Su tarta es exquisita. (Como tú)
-Muy amable caballero. Me gusta mucho la repostería y cada día hago un pastel y se lo ofrezco a nuestros aldeanos, cuando vienen a pasar la tarde leyendo un libro.
-No me imaginé que supieran leer alguno de ellos, excepto el párroco claro.
-No sabían, pero les estoy enseñando. Si le soy sincera no sé si vienen por el interés de aprender o por probar los dulces.
Los pequeños muest
CAPÍTULO I
Iba a cerrar las puertas de la biblioteca de la mansión de mis antepasados, cuando un desconocido se presentó casi sin resuello.
-Caballero, si no tiene inconveniente es muy tarde para atenderle. Si lo desea puede venir el próximo lunes a buscar el libro que le interese.
Los fines de semana no está abierta al público.
Una voz un poco ronca y angustiada me habló.-Perdone señorita, me urge consultar un libro muy especial. Si usted me ayuda a encontrarlo, le prometo que no la molestaré más.
-Bueno si es tan apremiante lo que busca, puede pasar dentro y calentarse cerca de la chimenea, hay unos sillones muy cómodos para la lectura. Enseguida estoy con usted caballero, cerraré las puertas, no creo que a estas horas del anochecer aparezca algún aldeano para llevarse un libro de lectura.
-Es muy amable señorita.
El caballero era muy extraño, no le había visto el rostro. Se ocultaba tras una capa negra muy larga.
-Caballero le apetece tomar un té o un café caliente. La noche está muy fría y pronto empezará a helar.
-Se lo agradecería mucho señorita.
Coloqué encima de las brasas del fuego, un puchero con agua a hervir y eché las hojas del té.
-Enseguida estará listo y lo acompañaremos con una tarta que he preparado esta mañana.
¿Desea que le recoja su capa, para estar más cómodo?
-¡No! Usted perdone, tengo demasiado frío como para quitármela.
Estaba metido en un buen lio. Había sido atacado por una bestia en los alrededores de mi Castillo, cuando cabalgaba a caballo por la noche. Se echó encima y me tiró al suelo huyendo despavorido mi semental.
Unos brutales mordiscos por todo mi cuerpo me dejó medio muerto, en mitad del bosque.
Gracias a mi fiel sirviente Luwich, que me encontró. Hoy puedo estar aquí, para investigar las secuelas que me han quedado.
Estoy muy preocupado. Mi aspecto cambia por momentos cuando llega la noche y la luna está brillante.
No puedo mostrar mi rostro a esta bella joven. Si lo viera se asustaría y creería que está ante una fiera.
Es el único lugar donde puedo recurrir para estudiar mi dolencia. En todo el condado, tiene fama la mansión de la familia Anderson, por poseer la mayor y mejor colección de incunables, manuscritos y papiros.
Esta muchacha debe ser una descendiente de ellos y es tan generosa que comparte con los aldeanos sus tesoros.
-Caballero, tome la taza de té, le calmará los temblores del frío y con una porción de mi tarta de chocolate, se encontrará mucho mejor.
-Gracias.
Me sonrió la joven con mucha dulzura. No me había fijado bien, casi derramo el contenido de la taza ante tanta belleza. No parecía real. Su hermosura eclipsaba a cualquier astro del cielo. Soy un estudioso de la Astronomía y Astrología, y nunca vi semejante brillo y esplendor. Es maravillosa y mágica no se puede comparar ni siquiera a las estrellas.
Sus ojos violetas con largas pestañas negras, su cabello como el ébano largo y rizado, su piel como el terciopelo blanco, su nariz un poco respingona, sus pómulos marcados, su barbilla con un hoyito en el centro y los carnosos labios rojos que me dan ganas de devorárselos.
¡Qué me ocurre que casi no puedo controlar a la bestia que habita en mí! ¡Tengo pensamientos ardientes con esta bella joven!
-Caballero si no es indiscreción, ¿no es de nuestra aldea verdad? Se lo pregunto porque no creo haberle visto por aquí en los últimos meses desde que vivo en la mansión familiar.
-Sí, lo soy.
Aunque, no voy al pueblo casi nunca, me quedo en mis tierras al otro lado del río.
Su tarta es exquisita. (Como tú)
-Muy amable caballero. Me gusta mucho la repostería y cada día hago un pastel y se lo ofrezco a nuestros aldeanos, cuando vienen a pasar la tarde leyendo un libro.
-No me imaginé que supieran leer alguno de ellos, excepto el párroco claro.
-No sabían, pero les estoy enseñando. Si le soy sincera no sé si vienen por el interés de aprender o por probar los dulces.
Los pequeños muest