Entro en Buffet para caníbales y todo ese prurito de sobriedad y pecaminosa conciencia, me lleva hacia otra fila de pruritos: los de rechazar la sordidez y el desasco. Pero me voy tragando uno por uno estos textos, algunos relatos y otros relictos, y me siento ya caníbal de otro modo y manera, y me doy cuenta de que estoy saboreando carnes y asados diferentes, en visiones de un mundo en donde la muerte pierde el sentido de su serenidad para transformarse en sátira y en donde el muerto apetecible puede ser un cerdo al que velan con todo y sonrisa, asadero y frugal, para ser pelado, comido con toda la ritualidad canibalesca que haga falta, y enterrado solo cuando se convierte en basura, en huesos que hay que desechar. En el texto titulado El Asado, Pastor De Moya logra una dimensión nueva para la narrativa corta dominicana. La fáunico y lo mítico, se acomodan a la metafórica intención de hacer posible la crítica mordaz a una sociedad que canibaliza a sus congéneres cuando los trata como a personas ritualizables, para comérselos luego bajo el silencio de las rezadoras. La sociedad caníbal se apoya siempre en los valores del otro. El cerdo armado con sombras de baquiní, es, en su caja de muerto, una evocación de la vida inútil, del tiempo perdido amando a los demás, y de la duda metódica hecha metáfora, en una prosa dura, satírica hasta más no poder y en donde el luto resalta la hipocresía humana.
Con rasgos cálidos de Henry Michaux, de las maldades subrepticias de la literatura oscura del mundo, con algunas metaforizaciones que recuerdan a Baudelaire, a Gide, a Lautremont, la realidad se hace seminal y pegajosa en toda esta narrativa, para mi distinta, lacerante y para muchos sorpresiva por el manejo de las viscosidades y desenfrenos de unas sicopatías literarias que abundan como flores en una noche de tormenta.
La muerte es en este libro de textos literarios, un apasionado personaje que se manifiesta por debajo del sueño y de los entendidos laberintos que Pastor recopila, dejándonos boquiabiertos con una imaginación que navega entre la más dura de las realidades y a veces un surrealismo daliniano, o bien un realismo fantasmal a lo Jerónimo Bosch, el llamado ¨Bosco¨, en el que lo humano de los personajes son las deformaciones interiores, las rupturas morales, los esperpénticos personajes reptantes que el autor no tiene que describir porque se describen ellos mismos, casi todos al borde de fallas familiares, de eruptivas pasiones y deseos, de reptantes maneras de entender la vida por debajo de los valores tradicionales, dándonos un mundo real que rechazamos y que algunos rechazaran cuando lean con la visión tradicional estos textos que no tienen nada de tradicionales.
Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte, narración hecha en forma de carta que narra un acontecimiento absurdo, apunta hacia la narración de la nada. La nada puede ser narrada, identificada, y actuar como un personaje capaz de entrar en los cuerpos humanos sin explicar por qué. Las niñas, encontradas en un lugar inhóspito, son el resultado de una aventura desconocida que las lleva a morir atada a las cerezas que aman desoladamente, absurdamente y mortalmente. ¨ El ambiente hedía más que ellas, dice el poeta. Promontorios azules como dos pompas de jabón que quieren estallar. Ahí estaban las niñas, tiradas en el fétido paisaje. Me ardían los ojos. Ellas eran parte de la misma tierra. En ese lugar, también, había ríos, pero muertos, o secos. Sus vientres estaban sembrados de árboles, con sus ojitos llenos de peces. Los peces eran blancos, con una escama brillante y espumosa¨.
(Marcio Veloz Maggiolo)
Con rasgos cálidos de Henry Michaux, de las maldades subrepticias de la literatura oscura del mundo, con algunas metaforizaciones que recuerdan a Baudelaire, a Gide, a Lautremont, la realidad se hace seminal y pegajosa en toda esta narrativa, para mi distinta, lacerante y para muchos sorpresiva por el manejo de las viscosidades y desenfrenos de unas sicopatías literarias que abundan como flores en una noche de tormenta.
La muerte es en este libro de textos literarios, un apasionado personaje que se manifiesta por debajo del sueño y de los entendidos laberintos que Pastor recopila, dejándonos boquiabiertos con una imaginación que navega entre la más dura de las realidades y a veces un surrealismo daliniano, o bien un realismo fantasmal a lo Jerónimo Bosch, el llamado ¨Bosco¨, en el que lo humano de los personajes son las deformaciones interiores, las rupturas morales, los esperpénticos personajes reptantes que el autor no tiene que describir porque se describen ellos mismos, casi todos al borde de fallas familiares, de eruptivas pasiones y deseos, de reptantes maneras de entender la vida por debajo de los valores tradicionales, dándonos un mundo real que rechazamos y que algunos rechazaran cuando lean con la visión tradicional estos textos que no tienen nada de tradicionales.
Las niñas que comían cerezas para espantar la muerte, narración hecha en forma de carta que narra un acontecimiento absurdo, apunta hacia la narración de la nada. La nada puede ser narrada, identificada, y actuar como un personaje capaz de entrar en los cuerpos humanos sin explicar por qué. Las niñas, encontradas en un lugar inhóspito, son el resultado de una aventura desconocida que las lleva a morir atada a las cerezas que aman desoladamente, absurdamente y mortalmente. ¨ El ambiente hedía más que ellas, dice el poeta. Promontorios azules como dos pompas de jabón que quieren estallar. Ahí estaban las niñas, tiradas en el fétido paisaje. Me ardían los ojos. Ellas eran parte de la misma tierra. En ese lugar, también, había ríos, pero muertos, o secos. Sus vientres estaban sembrados de árboles, con sus ojitos llenos de peces. Los peces eran blancos, con una escama brillante y espumosa¨.
(Marcio Veloz Maggiolo)
