Mi tarea de presentación del libro de Pastor de Moya es una operación ambigua. En primer lugar, porque su título poético, Altares y profanaciones, no suena a teoría o, al menos, para quienes no creen en esta, a ideas o nociones. Más bien suena a metáfora religiosa, pero no hay que buscar esta dimensión mítica en el autor, sino en la más cruda y real, la de los dioses de la literatura y la crítica y en la labor de desacralización que cree emprender Pastor de Moya en contra de esa ideología. ¿Quiénes son esos dioses literarios a los cuales Pastor desea bajar de las peanas? ¿Logra el autor su objetivo con semejantes blasfemias? ¿Por qué ha preferido este modo metafórico de enfrentamiento en vez de la manera cruda que se da en lo social cuando se designa al adversario? ¿No gusta más al público lector que asiste al redondel literario que le diga el autor o crítico los defectos del libro de Perico Pérez en vez de las consabidas reticencias y concesiones que como plaga eufemística se muerden la cola antes de que el juego adivinatorio nos fatigue?
¿Es el eufemismo un miedo al toro que como dios consagrado ocupa el altar mayor de la literatura?
En la mayoría de los casos, como la literatura es una institución ideológica, aunque las obras no lo son, los dioses y las diosas que ocupan los altares han sido puestos ahí por los poderes fácticos, ya sean los del propio autor que ha logrado pasar por buenos unos libros sin valor literario, ya sea por el poder político de los cofrades del llamado escritor que premian de esa manera un servicio rendido a estos para alcanzar su objetivo estratégico: es decir, la toma del poder y sus instancias.
El libro, semiartesanal, está divido en dos partes: Altares, que consta de 15 textos que el autor llama “en trance”. ¿En trance de qué? ¿De ser? Amén, son provisionales. La segunda parte, titulada Profanaciones, consta de dos subdivisiones: la primera titulada “La Musaraña”, compuesta de seis textos y la segunda, titulada “Para leer y fumar debajo del agua”, que consta de tres entrevistas imaginarias con Tony Raful, Cayo Claudio Espinal y Andrés L. Mateo. ¿Son estos nombres de la vida real un pretexto de la ficción teórica, como en los diálogos de Platón, para darle un carácter de verosimilitud a la entrevista y crear en el lector la ilusión de que las ideas corresponden a esos escritores cuando en verdad son una parodia del autor de la obra? Trataré de dar respuesta a estas interrogantes y si no, peor para el autor.
La estrategia del libro de Pastor arranca desde la página 7: rechazo de los contravalores de la sociedad y la cultura light: el ego inflado, la deslealtad postrera, la ingratitud risueña y descarnada, la solidaria insolidaridad del hombre en su afán por trepar al árbol seco. ¿Cuál es la solución que propone el autor? : “Solo nos queda apelar (o soñar) con instaurar un día la aristocracia de la ternura, la poesía y el amor como única panacea hacia el horizonte humano.” Pastor menciona al hombre en este fragmento. Sólo en la página 8 corregirá esa mala pasada de su inconsciente, al incluir a la mujer. Y menciona el amor como bálsamo, pero ¡cuidado!, el amor tiene una política y una estrategia que no se confunden con el amor pasional creado por los trovadores y que todavía reina en Occidente.
¿Con cuáles medios cuenta el autor para lograr esta hazaña, enunciada hace menos de un siglo por Darío y luego por Rodó y repetida luego por los epígonos del positivismo autoritario? Los adversarios de aquella época eran de peso y son los mismos de hoy. Pastor los identifica, sin pensar en las consecuencias: “Ahora que es monga y dilatada la vista, sería preferible regresar a Diógenes y sus compinches onanistas y zoofílicos para poder vivir con esta bola de mierda en que la globalización y la postmodernidad…
(Diógenes Céspedes)
¿Es el eufemismo un miedo al toro que como dios consagrado ocupa el altar mayor de la literatura?
En la mayoría de los casos, como la literatura es una institución ideológica, aunque las obras no lo son, los dioses y las diosas que ocupan los altares han sido puestos ahí por los poderes fácticos, ya sean los del propio autor que ha logrado pasar por buenos unos libros sin valor literario, ya sea por el poder político de los cofrades del llamado escritor que premian de esa manera un servicio rendido a estos para alcanzar su objetivo estratégico: es decir, la toma del poder y sus instancias.
El libro, semiartesanal, está divido en dos partes: Altares, que consta de 15 textos que el autor llama “en trance”. ¿En trance de qué? ¿De ser? Amén, son provisionales. La segunda parte, titulada Profanaciones, consta de dos subdivisiones: la primera titulada “La Musaraña”, compuesta de seis textos y la segunda, titulada “Para leer y fumar debajo del agua”, que consta de tres entrevistas imaginarias con Tony Raful, Cayo Claudio Espinal y Andrés L. Mateo. ¿Son estos nombres de la vida real un pretexto de la ficción teórica, como en los diálogos de Platón, para darle un carácter de verosimilitud a la entrevista y crear en el lector la ilusión de que las ideas corresponden a esos escritores cuando en verdad son una parodia del autor de la obra? Trataré de dar respuesta a estas interrogantes y si no, peor para el autor.
La estrategia del libro de Pastor arranca desde la página 7: rechazo de los contravalores de la sociedad y la cultura light: el ego inflado, la deslealtad postrera, la ingratitud risueña y descarnada, la solidaria insolidaridad del hombre en su afán por trepar al árbol seco. ¿Cuál es la solución que propone el autor? : “Solo nos queda apelar (o soñar) con instaurar un día la aristocracia de la ternura, la poesía y el amor como única panacea hacia el horizonte humano.” Pastor menciona al hombre en este fragmento. Sólo en la página 8 corregirá esa mala pasada de su inconsciente, al incluir a la mujer. Y menciona el amor como bálsamo, pero ¡cuidado!, el amor tiene una política y una estrategia que no se confunden con el amor pasional creado por los trovadores y que todavía reina en Occidente.
¿Con cuáles medios cuenta el autor para lograr esta hazaña, enunciada hace menos de un siglo por Darío y luego por Rodó y repetida luego por los epígonos del positivismo autoritario? Los adversarios de aquella época eran de peso y son los mismos de hoy. Pastor los identifica, sin pensar en las consecuencias: “Ahora que es monga y dilatada la vista, sería preferible regresar a Diógenes y sus compinches onanistas y zoofílicos para poder vivir con esta bola de mierda en que la globalización y la postmodernidad…
(Diógenes Céspedes)