La noche, ese horizonte hondo, misterioso, oscuro e indescifrable, es incognoscible. Nadie conoce sus secretos ni sus fatalidades. Sólo el soñante o el poeta demiurgo de la noche se aproxima, en el poema, a contemplar, y a contar, sus imperecederas confidencias.
Inventarse un mapa y biografiar la noche, auscultar sus perversos vericuetos, sus ondulantes pestilencias y goces, parecen ser el itinerario preciso del decidor. Indudablemente malquerer e interpretar la noche es un desafío permanente del escritor consigo mismo y la página en blanco. Crear una herramienta de sus designios, epitafios y enigmas.
A nadie le está conferido las innombrables estratagemas de historiografiar la noche sin un faro luminoso, un compromiso con el averno, o con ser parte del bullicio tumultuoso de las cavernas sabias y lujuriosas del placer y de la nocturnidad voluptuosa del deseo en el cabaret, la barra o la taberna fortuita.
Para acceder a la noche hay que cubrirse de deseo y lujuria, hay que embriagarse de sed de sexo, ilusiones y sueños. Hay que emborracharse de apócrifas pócimas de lo feo o de lo bello. Hay que alucinar y perderse en la fiesta del delirio, la poesía y lo humano, lo polimorfo perverso. O hay que ser un voyeurista vidente y pendenciero, amenazante y agresivo, chupa sangre, bebedor de agua ardiente o clerén y como el búho, la lechuza y el murciélago ser anónimo e inmóviles adictos de la mirada.
En este bestiario nocturno de pájaros no se soporta nada: “ni los gatos en los tejados azules bebiéndose la noche”, porque; “hoy huyeron las ratas de mi sueño”. Aquí el cocuyo o la luciérnaga son los seres propiciatorio del encuentro y la aventura de la hazaña y la perdición del noctámbulo.
Y es que estos dos alucinantes poemarios con nombres tan brillantes e ingeniosos, con una textura pictórica exquisita e inmensamente bella. Alfabeto de la Noche y El Humo de los Espejos de Pastor De Moya. Ediciones A Mano, 1995, 1999 y 2000 son un arrebato ensordecedor de la mirada, el gusto del color, la sensación del goce, la pasión del poema y las que quedan entendidas.
Decirse en la irrealidad de lo real, contarse en la sorpresa, hablarse sin tapujos, sin embustes, inventarse en las letras y en los pasos firmas para descubrir los misterios y secretos de la noche a través del poema, los espejos, es parte de la coartada fabulosa del poeta que como demiurgo y descifrador de lo impensado de la noche nos deslumbra impávidamente.
En esta estética y pictórica de lo nocturno, de Pastor De Moya, existe un axioma básico de la mirada y el placer que es el de ver con goce lo que otros ven con culpa y puntuar en la palabra los recorridos, las verdades y los fantasmas íntimos del ser. Una vez emprendido el camino hacia el acto lúdico y hedonista, nada lo detiene. Y en su aventura es imprescindible la compañía de tecatos y putas, de la adoración a la diosa dominicana del placer: HERMINIA, a quien, llama “mujer de antiguos mercaderes y modernos perversos”, de ARIDO de quien dice que es un: “hombre de mi pueblo que ha ejercido por largas madrugadas el arduo oficio de deslibar, con café y té, a muchos hombres.
Se añade un bestiario también humano y celestial de muñecas de hielo y perros del alma, ángeles borrachos, chopas, duendes y monstruos, una virgen estruprada y un acopio de substancias de un placer antiguo y perdido: cocaína, hachís, vinagre, café y té, vino y sangre.
Pastor De Moya es un poeta ferviente y fervoroso, de una estética escriptural finísima, parte de la propuesta mágica de la literatura dominicana que se situó en el saber vasto de los 80 pero afianzándose en la generación sólida de los sueños en los 90. Es de una poética inteligente y audaz en el decir metafórico que procede de una cosmovisión de entrecruzamientos sintácticos, versos cortos y de hondo contenido filosófico. (Jorge Piña)
Inventarse un mapa y biografiar la noche, auscultar sus perversos vericuetos, sus ondulantes pestilencias y goces, parecen ser el itinerario preciso del decidor. Indudablemente malquerer e interpretar la noche es un desafío permanente del escritor consigo mismo y la página en blanco. Crear una herramienta de sus designios, epitafios y enigmas.
A nadie le está conferido las innombrables estratagemas de historiografiar la noche sin un faro luminoso, un compromiso con el averno, o con ser parte del bullicio tumultuoso de las cavernas sabias y lujuriosas del placer y de la nocturnidad voluptuosa del deseo en el cabaret, la barra o la taberna fortuita.
Para acceder a la noche hay que cubrirse de deseo y lujuria, hay que embriagarse de sed de sexo, ilusiones y sueños. Hay que emborracharse de apócrifas pócimas de lo feo o de lo bello. Hay que alucinar y perderse en la fiesta del delirio, la poesía y lo humano, lo polimorfo perverso. O hay que ser un voyeurista vidente y pendenciero, amenazante y agresivo, chupa sangre, bebedor de agua ardiente o clerén y como el búho, la lechuza y el murciélago ser anónimo e inmóviles adictos de la mirada.
En este bestiario nocturno de pájaros no se soporta nada: “ni los gatos en los tejados azules bebiéndose la noche”, porque; “hoy huyeron las ratas de mi sueño”. Aquí el cocuyo o la luciérnaga son los seres propiciatorio del encuentro y la aventura de la hazaña y la perdición del noctámbulo.
Y es que estos dos alucinantes poemarios con nombres tan brillantes e ingeniosos, con una textura pictórica exquisita e inmensamente bella. Alfabeto de la Noche y El Humo de los Espejos de Pastor De Moya. Ediciones A Mano, 1995, 1999 y 2000 son un arrebato ensordecedor de la mirada, el gusto del color, la sensación del goce, la pasión del poema y las que quedan entendidas.
Decirse en la irrealidad de lo real, contarse en la sorpresa, hablarse sin tapujos, sin embustes, inventarse en las letras y en los pasos firmas para descubrir los misterios y secretos de la noche a través del poema, los espejos, es parte de la coartada fabulosa del poeta que como demiurgo y descifrador de lo impensado de la noche nos deslumbra impávidamente.
En esta estética y pictórica de lo nocturno, de Pastor De Moya, existe un axioma básico de la mirada y el placer que es el de ver con goce lo que otros ven con culpa y puntuar en la palabra los recorridos, las verdades y los fantasmas íntimos del ser. Una vez emprendido el camino hacia el acto lúdico y hedonista, nada lo detiene. Y en su aventura es imprescindible la compañía de tecatos y putas, de la adoración a la diosa dominicana del placer: HERMINIA, a quien, llama “mujer de antiguos mercaderes y modernos perversos”, de ARIDO de quien dice que es un: “hombre de mi pueblo que ha ejercido por largas madrugadas el arduo oficio de deslibar, con café y té, a muchos hombres.
Se añade un bestiario también humano y celestial de muñecas de hielo y perros del alma, ángeles borrachos, chopas, duendes y monstruos, una virgen estruprada y un acopio de substancias de un placer antiguo y perdido: cocaína, hachís, vinagre, café y té, vino y sangre.
Pastor De Moya es un poeta ferviente y fervoroso, de una estética escriptural finísima, parte de la propuesta mágica de la literatura dominicana que se situó en el saber vasto de los 80 pero afianzándose en la generación sólida de los sueños en los 90. Es de una poética inteligente y audaz en el decir metafórico que procede de una cosmovisión de entrecruzamientos sintácticos, versos cortos y de hondo contenido filosófico. (Jorge Piña)
