Tras haber superado su prueba en la Fortaleza de los Adeptos, Pituco regresa a la Ciudad Santa. Imo-a, el Gran Cóndor, cumple su palabra y proporciona al joven la identidad de que carece por el arbitrio de adoptarlo como hijo. Pituco, convertido en el Halcón Dorado visita, con todos los honores el Coto en el que están instalados su madre y hermanos, a los que se ha agregado Cuervo-pico. Después de este reencuentro se reincorpora en la operación de caza iniciada contra infiltrados y traidores.
La noble sacerdotisa Jak aprovecha un desliz del príncipe Atusco para remover las aguas. Responsabiliza de la ofensa que a ella se ha infligido al Capitán real, tutor del príncipe, y exige su encarcelamiento. Atusco se ve restringido en su libertad de acción y sometido a un disimulado arresto domiciliario. Además se substituyen por otros los componentes de su escolta personal. Pituco es uno de los guardias nuevos; su misión consiste en ganarse la confianza del príncipe y, a través de él, ponerse en el rastro de los conspiradores que tras él se amparan. Puestos en estas pesquisas, surge la sospecha de que entre los traidores se cuenten sacerdotes del más alto rango, o, en su defecto, allegados muy próximos a ellos.
Cuervo-pico confía a Imo-a el secreto de su vida. Le refiere que él conoce el paradero de la Reliquia más preciada de los sacerdotes del Sol, el Niño Dorado que, en el pasado, fue arrebatado a su Madre y vio profanado su santuario; el buen viejo le ruega que, acompañado de Pituco, se cuide de rescatarlo. Hará falta un milagro, afirma, que afiance la esperanza del pueblo. Es imprescindible que se restituya en su Hogar la inapreciable Reliquia antes de que la temida invasión se inicie. Imo-a accede.
La noble sacerdotisa Jak aprovecha un desliz del príncipe Atusco para remover las aguas. Responsabiliza de la ofensa que a ella se ha infligido al Capitán real, tutor del príncipe, y exige su encarcelamiento. Atusco se ve restringido en su libertad de acción y sometido a un disimulado arresto domiciliario. Además se substituyen por otros los componentes de su escolta personal. Pituco es uno de los guardias nuevos; su misión consiste en ganarse la confianza del príncipe y, a través de él, ponerse en el rastro de los conspiradores que tras él se amparan. Puestos en estas pesquisas, surge la sospecha de que entre los traidores se cuenten sacerdotes del más alto rango, o, en su defecto, allegados muy próximos a ellos.
Cuervo-pico confía a Imo-a el secreto de su vida. Le refiere que él conoce el paradero de la Reliquia más preciada de los sacerdotes del Sol, el Niño Dorado que, en el pasado, fue arrebatado a su Madre y vio profanado su santuario; el buen viejo le ruega que, acompañado de Pituco, se cuide de rescatarlo. Hará falta un milagro, afirma, que afiance la esperanza del pueblo. Es imprescindible que se restituya en su Hogar la inapreciable Reliquia antes de que la temida invasión se inicie. Imo-a accede.