Rey.
Dejadme dar la muerte.
Leogario.
Señor, detente.
Capitán.
Escucha.
Lesbia.
Mira.
Polonia.
Advierte.
Rey.
Dejad que desde aquella
punta vecina al sol, que de una estrella
corona su tocado,
a las saladas ondas despeñado,
baje quien tantas penas se apercibe:
muera rabiando quien rabiando vive.
Lesbia.
¿Al mar furioso vienes?
Polonia.
Durmiendo estabas; di, señor, ¿qué tienes?
Rey.
Todo el tormento eterno
de las sedientas furias del infierno,
partos de aquella fiera
de siete cuellos que la cuarta esfera
empaña con su aliento.
En fin, todo su horror y su tormento
en mi pecho se encierra,
que yo mismo a mí mismo me hago guerra
cuando, en brazos del sueño,
vivo cadáver soy; porque él es dueño
de mi vida, de suerte
que vi un pálido amago de la muerte.
Polonia.
¿Qué soñaste, que tanto te provoca?
Rey.
¡Ay, hijas! Atended: que de la boca
de un hermoso mancebo
—aunque mísero esclavo, no me atrevo
a injuriarle, y le alabo—;
al fin, que de la boca de un esclavo
una llama salía,
que en dulces rayos mansamente ardía,
y a las dos os tocaba,
hasta que en vivo fuego os abrasaba.
Yo, en medio de las dos, aunque quería
su furia resistir, ni me ofendía,
ni me tocaba el fuego.
Con esto, pues, desesperado y ciego,
despierto de un abismo,
de un sueño, de un letargo, un parasismo,
tanto mis penas creo,
que me parece que la llama veo,
y, huyendo a cada paso,
ardéis vosotras, pero yo me abraso.
Lesbia.
Fantasmas son ligeras
del sueño, que introduce estas quimeras
al alma y al sentido.
Tocan una trompeta.
Mas, ¿qué clarín es éste?
Capitán.
Que han venido
a nuestro puerto naves.
Se incluye en esta edición:
- Una biografía completa de Pedro Calderón de la Barca
- Un índice con enlace directo a los capítulos
Dejadme dar la muerte.
Leogario.
Señor, detente.
Capitán.
Escucha.
Lesbia.
Mira.
Polonia.
Advierte.
Rey.
Dejad que desde aquella
punta vecina al sol, que de una estrella
corona su tocado,
a las saladas ondas despeñado,
baje quien tantas penas se apercibe:
muera rabiando quien rabiando vive.
Lesbia.
¿Al mar furioso vienes?
Polonia.
Durmiendo estabas; di, señor, ¿qué tienes?
Rey.
Todo el tormento eterno
de las sedientas furias del infierno,
partos de aquella fiera
de siete cuellos que la cuarta esfera
empaña con su aliento.
En fin, todo su horror y su tormento
en mi pecho se encierra,
que yo mismo a mí mismo me hago guerra
cuando, en brazos del sueño,
vivo cadáver soy; porque él es dueño
de mi vida, de suerte
que vi un pálido amago de la muerte.
Polonia.
¿Qué soñaste, que tanto te provoca?
Rey.
¡Ay, hijas! Atended: que de la boca
de un hermoso mancebo
—aunque mísero esclavo, no me atrevo
a injuriarle, y le alabo—;
al fin, que de la boca de un esclavo
una llama salía,
que en dulces rayos mansamente ardía,
y a las dos os tocaba,
hasta que en vivo fuego os abrasaba.
Yo, en medio de las dos, aunque quería
su furia resistir, ni me ofendía,
ni me tocaba el fuego.
Con esto, pues, desesperado y ciego,
despierto de un abismo,
de un sueño, de un letargo, un parasismo,
tanto mis penas creo,
que me parece que la llama veo,
y, huyendo a cada paso,
ardéis vosotras, pero yo me abraso.
Lesbia.
Fantasmas son ligeras
del sueño, que introduce estas quimeras
al alma y al sentido.
Tocan una trompeta.
Mas, ¿qué clarín es éste?
Capitán.
Que han venido
a nuestro puerto naves.
Se incluye en esta edición:
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