Bertrand Russell, escribió en 1930, una enjundiosa obra y la tituló “La Conquista de la Felicidad” ¡Excelente libro! Sin embargo, me resisto a creer que nadie haya conquistado jamás la felicidad apoyándose en las recomendaciones y ejercicios sugeridos por el célebre pensador británico en su libro.
Cuando pienso en la felicidad arribo, inevitablemente, a la conclusión de que tiene tantas formas como el descontento. Por consiguiente, estimo imposible preparar una receta genérica de tan fácil administración que pueda envasarse en cualquier libro motivacional y distribuirse por igual entre tantos millones de seres que confrontan visiones tan diversas en torno a la felicidad.
A decir verdad, la ingenuidad como la ignorancia, solo engendran inocentes y efímeras satisfacciones. Millones de seres humanos viven un eterno vacío existencial porque desconocen las causas de lo que sienten. El pequeño Tom, de la obra El Príncipe y El Mendigo de Mark Twain, dormía noche tras noches sobre paja mal oliente e infectada de repugnantes pulgas; pasaba hambre todos los días de su vida y vivía en el lugar más inmundo que se pueda imaginar. Sin embargo, el muchacho no percibía que le faltaba nada y no era infeliz. Tom la pasaba bastante mal, pero no lo sabía. Simplemente ignoraba que se podía vivir mejor y era feliz viviendo en la promiscuidad y miseria más degradantes. Pasa igual con muchos millones de seres humanos a quienes, como a los animales, la ingenuidad y la ignorancia los hacen ser como son. Pero ¡ay! ¿Y qué pasaría, digamos con los animales, si un día llegaran a descubrir que pueden vivir tan confortables y libres como los hombres? Me temo que gustarían del fruto del conocimiento; perderían su inocencia; soñarían con poseer y vivirían tan excitados e inconforme como los hombres.
¿Y qué significa todo esto? Que la felicidad no puede nacer de la ignorancia ni tiene nada que ver con la inocencia. El dicho de “El Eclesiastés”: “donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber, crece el dolor” es pura falacia religiosa. Sostengo, muy por el contrario, que cuando crece el saber disminuye el dolor. Por eso, comparto plenamente la lapidaria expresión de Sócrates: “Solo el sabio es feliz” como comprobará el lector con la lectura del VENDEDOR DE FELICIDAD.
Me anticipo en dejar constancia de que el presente libro no es uno más de esos panfletos de autoayuda destinados a enseñar la práctica de un montón de ejercicios inútiles dizque para alcanzar e incluso para incrementar la felicidad. Los que tales cosas busquen no las encontrarán en este libro, porque de lo que la presente obra trata es de la felicidad y de su relación con el conocimiento. Lo que este libro atestigua es que la felicidad es un estado mental y un producto neto del conocimiento.
EL VENDEDOR DE FELICIDAD ha sido estructurado con sobrada objetividad para hacer la obra instructiva, aleccionadora y para orientarla, desapasionadamente, a tratar el tema de la felicidad, despojado de mitos, cuentos de hadas, odiosas creencias ancestrales y de las falsas verdades que desde siempre han amargado la vida del ser humano y obscurecido su sendero a la felicidad. ”El saber vence siempre a la ignorancia” Y, sobre esa verdad, es donde se apoya el presente libro.
Cuando pienso en la felicidad arribo, inevitablemente, a la conclusión de que tiene tantas formas como el descontento. Por consiguiente, estimo imposible preparar una receta genérica de tan fácil administración que pueda envasarse en cualquier libro motivacional y distribuirse por igual entre tantos millones de seres que confrontan visiones tan diversas en torno a la felicidad.
A decir verdad, la ingenuidad como la ignorancia, solo engendran inocentes y efímeras satisfacciones. Millones de seres humanos viven un eterno vacío existencial porque desconocen las causas de lo que sienten. El pequeño Tom, de la obra El Príncipe y El Mendigo de Mark Twain, dormía noche tras noches sobre paja mal oliente e infectada de repugnantes pulgas; pasaba hambre todos los días de su vida y vivía en el lugar más inmundo que se pueda imaginar. Sin embargo, el muchacho no percibía que le faltaba nada y no era infeliz. Tom la pasaba bastante mal, pero no lo sabía. Simplemente ignoraba que se podía vivir mejor y era feliz viviendo en la promiscuidad y miseria más degradantes. Pasa igual con muchos millones de seres humanos a quienes, como a los animales, la ingenuidad y la ignorancia los hacen ser como son. Pero ¡ay! ¿Y qué pasaría, digamos con los animales, si un día llegaran a descubrir que pueden vivir tan confortables y libres como los hombres? Me temo que gustarían del fruto del conocimiento; perderían su inocencia; soñarían con poseer y vivirían tan excitados e inconforme como los hombres.
¿Y qué significa todo esto? Que la felicidad no puede nacer de la ignorancia ni tiene nada que ver con la inocencia. El dicho de “El Eclesiastés”: “donde hay mucha ciencia hay mucha molestia, y creciendo el saber, crece el dolor” es pura falacia religiosa. Sostengo, muy por el contrario, que cuando crece el saber disminuye el dolor. Por eso, comparto plenamente la lapidaria expresión de Sócrates: “Solo el sabio es feliz” como comprobará el lector con la lectura del VENDEDOR DE FELICIDAD.
Me anticipo en dejar constancia de que el presente libro no es uno más de esos panfletos de autoayuda destinados a enseñar la práctica de un montón de ejercicios inútiles dizque para alcanzar e incluso para incrementar la felicidad. Los que tales cosas busquen no las encontrarán en este libro, porque de lo que la presente obra trata es de la felicidad y de su relación con el conocimiento. Lo que este libro atestigua es que la felicidad es un estado mental y un producto neto del conocimiento.
EL VENDEDOR DE FELICIDAD ha sido estructurado con sobrada objetividad para hacer la obra instructiva, aleccionadora y para orientarla, desapasionadamente, a tratar el tema de la felicidad, despojado de mitos, cuentos de hadas, odiosas creencias ancestrales y de las falsas verdades que desde siempre han amargado la vida del ser humano y obscurecido su sendero a la felicidad. ”El saber vence siempre a la ignorancia” Y, sobre esa verdad, es donde se apoya el presente libro.