«Siento vértigo, asco, impotencia, rabia, frustración. Por un momento, se me va
la cabeza y le deseo a Loveth todas las enfermedades venéreas existentes para
que al menos pueda contagiar a los hijos de puta capaces de acostarse con una
niña de dieciséis años por 30 euros en la Casa de Campo y disfrutar así de una
sutil forma de venganza. Aquella fue mi primera tormenta mental. A partir de
esa noche, y a medida que profundizaba en las mafias de la prostitución, toda
mi personalidad y mi espíritu serían vapuleados una y otra vez, hasta
pervertirse y convertirme en un individuo resentido y furioso. Estúpido de mí,
en ese momento no podía ni imaginar que, menos de un año después, yo mismo
sería capaz de negociar la compra de niñas indígenas de trece años para
subastar su virginidad en mis supuestos prostíbulos españoles.»
Sí, Antonio Salas tuvo la sangre fría de sentarse a regatear por esas niñas,
tragándose la impotencia y la cólera ante el hecho de que en la España del
siglo XXI sea posible comprar y vender personas para explotarlas sexualmente.
Pero quería demostrarlo.
Durante un año, el autor de Diario de un skin se ha hecho pasar por traficante
de mujeres en busca de pistas para armar el inmenso rompecabezas que descubre
este libro: el del sórdido y miserable mercado del sexo.
la cabeza y le deseo a Loveth todas las enfermedades venéreas existentes para
que al menos pueda contagiar a los hijos de puta capaces de acostarse con una
niña de dieciséis años por 30 euros en la Casa de Campo y disfrutar así de una
sutil forma de venganza. Aquella fue mi primera tormenta mental. A partir de
esa noche, y a medida que profundizaba en las mafias de la prostitución, toda
mi personalidad y mi espíritu serían vapuleados una y otra vez, hasta
pervertirse y convertirme en un individuo resentido y furioso. Estúpido de mí,
en ese momento no podía ni imaginar que, menos de un año después, yo mismo
sería capaz de negociar la compra de niñas indígenas de trece años para
subastar su virginidad en mis supuestos prostíbulos españoles.»
Sí, Antonio Salas tuvo la sangre fría de sentarse a regatear por esas niñas,
tragándose la impotencia y la cólera ante el hecho de que en la España del
siglo XXI sea posible comprar y vender personas para explotarlas sexualmente.
Pero quería demostrarlo.
Durante un año, el autor de Diario de un skin se ha hecho pasar por traficante
de mujeres en busca de pistas para armar el inmenso rompecabezas que descubre
este libro: el del sórdido y miserable mercado del sexo.