William había pasado sus primeros años de infancia junto a su madre, pero desde muy temprana edad comprendió que había algo oscuro en él. Aparentaba ser un jovenzuelo de casi veinte años cuando en realidad apenas había cumplido los doce. Su abuelo lo había condenado al encierro desde su nacimiento pues veía en él a un demonio capaz de destruir a su familia. Su madre había sufrido con él el encierro al que había sido condenado, y en silencio se aferraba a la idea de poder salvarlo y devolverle la vida. Cuando todo parecía a ver llegado a su fin, William comprendió quién era en realidad, su abuelo había ordenado su muerte pero en su lugar sólo consiguió despertar el monstruo que había en su interior. Después de días de sufrimiento y agonía encontró la ayuda de manos de un vampiro alguien que al igual que él había sido víctima del destino. Robert era un vampiro de más de cien años y no sólo lo ayudo a escapar a él y a su madre sino que le enseño un mundo diferente, un mundo lleno de sangre pero donde también podía existir la felicidad, y que aún siendo un vampiro podía luchar por su humanidad sin sucumbir a la tentación de la sangre.
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