Pocas dedicaciones hay tan solitarias como la literatura y –acaso por eso mismo– pocas amistades tan firmes como las que, en ocasiones, se establecen entre escritores. Este libro es el testimonio de la amistad que, a lo largo de muchos años, unió a dos grandes autores, Ricardo Piglia y Juan José Saer: una amistad literaria y un intercambio de impresiones acerca de la obra propia y la del otro. Como dice Piglia en el prólogo: «La amistad establece el modelo de la lectura literaria: cercana, intensa, fuera de todo control y de todo interés que no sea la complicidad literaria»; y, sobre el contenido del libro: «Diálogos apasionados, bromas, una maledicencia liviana, gustos tajantes, argumentos arbitrarios, acuerdos instantáneos y diferencias irreductibles.» El libro se compone de cinco diálogos que, entre 1987 y 1999, mantuvieron en diversos ámbitos y foros públicos, casi todos en Buenos Aires. Saer vivía en París, Piglia enseñaba en Princeton (Estados Unidos); cuando coincidían, dejaban de lado lo personal para conversar a fondo sobre cuestiones literarias: la herencia de Borges dentro y fuera de Argentina; cómo escribir después de que Joyce, Proust o Kafka parecieran haber agotado todas las posibilidades contemporáneas de la narración; cómo pensar el compromiso político sin caer en el panfleto; cómo articular una tradición nacional sin renunciar a una legítima ambición universal; de qué modo cada uno de ellos lee su propia trayectoria, en la que el sustrato argentino se articula con los años de residencia en el extranjero; cuál es el lector ideal de cada uno; qué leen ellos en la obra del otro y de sus coetáneos. Estas y otras cuestiones entrelazan un libro que se lee con la fluidez de una novela y apela al pensamiento con la agudeza de un gran ensayo; un libro que pone al lector a dialogar, en silencio, con dos de las más apasionadas inteligencias que haya dado la literatura en castellano de las últimas décadas. Un testimonio de que hoy –e incluso en ese futuro que propone el título de este libro–, igual que en los textos platónicos de hace veinticinco siglos, es el diálogo, y no el monólogo, la fuente de las ideas mejores.
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