Entre los años 2000 y 2005 varios guardias civiles fueron destinados a Mozambique como miembros de una muy poco conocida Misión de Paz auspiciada por la ONU con el objetivo de modernizar su policía y organizar una academia profesional que, tras varios años de carrera, formase un personal que, con sentido democrático, adecuado bagaje técnico y una buena carga de humanidad, pudiese ser repartido por todo el territorio, a fin de vertebrar el joven estado plurilingüe y pluriétnico que había nacido como colonia portuguesa al amparo del Tratado de Berlín de 1885.
El tono desenfadado que sugiere el título pretende anticipar el finísimo humor hilarante en ocasiones que destilan las páginas de este libro, aunque a veces Quique lo tenga que emplear como anestesia para suavizar un contenido que, inevitablemente, tiene que ser duro por desarrollarse en uno de los países más pobres de la tierra.
El capitán Enrique Redondo, Quique, será quien nos cuente, en primera persona, sus aventuras, venturas y desventuras en lo que fue, junto a su compañero el teniente Pablo Castro, uno de sus mayores retos profesionales y una experiencia de las que marcan el alma con un antes y un después. Por eso, Quique no se limita a contarnos las peripecias de sus alumnos negros o a describirnos sus curiosas costumbres, que sorprenderán al lector, sino que hurga, con el bisturí de su mejor intención, en el alma de un pueblo y en su entramado político e histórico que ha desembocado en la violencia, en los niños de la calle, en la chatarra de la guerra y también en la amabilidad y en la fe de sus gentes en un mundo mejor.
El tono desenfadado que sugiere el título pretende anticipar el finísimo humor hilarante en ocasiones que destilan las páginas de este libro, aunque a veces Quique lo tenga que emplear como anestesia para suavizar un contenido que, inevitablemente, tiene que ser duro por desarrollarse en uno de los países más pobres de la tierra.
El capitán Enrique Redondo, Quique, será quien nos cuente, en primera persona, sus aventuras, venturas y desventuras en lo que fue, junto a su compañero el teniente Pablo Castro, uno de sus mayores retos profesionales y una experiencia de las que marcan el alma con un antes y un después. Por eso, Quique no se limita a contarnos las peripecias de sus alumnos negros o a describirnos sus curiosas costumbres, que sorprenderán al lector, sino que hurga, con el bisturí de su mejor intención, en el alma de un pueblo y en su entramado político e histórico que ha desembocado en la violencia, en los niños de la calle, en la chatarra de la guerra y también en la amabilidad y en la fe de sus gentes en un mundo mejor.