¿Qué sentiríamos si un día, al cruzar la madrileña plaza de Colón, descubrimos que la gente exhibe, sobre sus pescuezos, las testas de los más variados animales? Eso es lo que le pasa al protagonista de Contra el fin de siglo, quien, al pasear por las calles y plazas del centro de Madrid, va descubriendo el tipo de alimaña que corresponde a un amplio espectro de personajes –escritores, jueces, políticos, artistas, policías, etc.–, hasta que se ve arrastrado al mismísimo centro, a la Puerta de Sol, que hierve con una fauna terrorífica, con una invasión de monstruos, de la que trata de huir introduciéndose en el metro, para descubrir que allí, se va a desarrollar el Juicio del Siglo... Es un proceso al mundo del arte y las finanzas, de la política y la filosofía, de las diversiones nocturnas y las labores diurnas. En el proceso, que se desarrolla en medio de una sorprendente escenografía y adopta tonos de sátira quevedesca no menos que kafkiana, oiremos los discursos del mecenas Plata de Meneses, la galerista Esperanza Mancha, el marchante Romo Cameli, el filósofo Remendón, el político Trinquete de Marca, la inconsolable Angustias Insómnez y otros personajes característicos de la cinematográfica fauna de nuestro tiempo.
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