Contemporáneo de Tibulo, Virgilio, Horacio y Ovidio, Propercio representa, con el primero, la culminación de la elegía erótica o amorosa latina.
Propercio (Asís, h. 50-después de 16 a.C.) pertenece de lleno a esas «décadas prodigiosas» que van del principio de la Guerra Civil (59 a.C.) a la muerte de Augusto, que, además de encauzar para siglos –y aun milenios– el destino del mundo, no tienen parangón –salvo la época de Pericles– en la historia de la literatura, y en concreto de la poesía. Contemporáneo de Tibulo, Virgilio, Horacio y Ovidio, Propercio representa, con el primero, la culminación de la elegía erótica o amorosa, creación en gran medida de Catulo y los poetae novi.
Educado en Roma para la práctica del foro, optó después por el cultivo de la poesía. De él se nos han conservado cuatro libros de elegías, en los que predominan los poemas de amor, elegantes e ingeniosos, dedicados en su mayoría a su amante, «Cintia» (pseudónimo griego de Hostia), con la que mantuvo una tempestuosa historia de amor, aunque también hay algunas piezas sobre temas imperiales. Propercio no ocultó en absoluto la influencia de los poetas griegos helenísticos, y hasta se jactaba de ella, llegándose a sentir como el Calímaco romano por sus composiciones breves de estilo refinado. Ya desde su primer libro cosechó un éxito clamoroso que le valió el patrocinio de Mecenas y le abrió de par en par las puertas de la casa del emperador.
Propercio posee una intensa imaginación visual expresada en un lenguaje atrevido y difícil, que hacen de él tal vez el más complejo de los poetas elegíacos romanos. Sus poemas revelan una marcada idiosincrasia: se ve a sí mismo como un gran y apasionado amante y muestra un gran interés, aun obsesivo, por el análisis de los variados estados de ánimo propios, así como un apasionamiento desenfrenado por Cintia y las relaciones que mantiene con ella. Este culto al amor como poder trascendental cedió paso con los años, en el libro cuarto, a un tema y un estilo nuevos, próximos a la sátira y al humor sardónico, aunque no llegó a borrar al primer Propercio: la pieza onceava del cuarto libro, denominada «la reina de las elegías», es uno de los poemas más hermosos y emocionantes escritos en latín.