Cortés, el primer independentista, creador del mundo en el que quería vivir.
La Conquista de México toca una fibra muy sensible y arroja una cruda luz sobre la compleja mezcla de la civilización humana. En este encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo, choque de una inconmensurable violencia, cada uno ve la barbarie en el otro campo. ¿Cómo leer una cultura en la que se yuxtaponen las hogueras de la Inquisición y el espíritu libre del Renacimiento? ¿Cómo comprender el refinamiento de los aztecas y su práctica del sacrificio humano? ¿Se debe renunciar, por ello, a tratar serenamente la historia de Cortés? No, en absoluto. Por eso el conquistador no puede ser reducido a su negativa leyenda. Su itinerario personal no se limita a los dos años de la Conquista de México, ese lacónico 1519-1521 de los diccionarios. Cortés tiene infancia, deseos, ambiciones, voluntad e inteligencia; conoce tanto el éxito como el fracaso; posee familia, amigos y se debate entre amores complicados; envejece; sus reflexiones profundas chocan con sus preocupaciones más terrenas y cuando ve venir la muerte juzga su época.
Christian Duverger perfila en esta biografía a un conquistador nada ordinario. En ruptura con su cultura de origen, Cortés sueña con fundar otro mundo a partir del mestizaje. Sutil, letrado, seductor y refinado; prefiere el gobierno de las mentes a la fuerza bruta que, no obstante, sabe manejar; aprovecha impunemente la debilidad de sus compañeros por la fiebre de oro; sabe analizar y anticipar. La memoria colectiva concibe con dificultad a Cortés como el introductor de la caña de azúcar y el gusano de seda en México o como el explorador del Pacífico que descubre California, que comercia con el Perú, que llega hasta las Filipinas y las ofrece a Carlos V en 1528.
Porque nada en esta historia se escribe lineal o serenamente, necesitamos sumergirnos en esta complejidad que gira alrededor de un hombre y de su concepción independentista de la Nueva España.
La Conquista de México toca una fibra muy sensible y arroja una cruda luz sobre la compleja mezcla de la civilización humana. En este encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo, choque de una inconmensurable violencia, cada uno ve la barbarie en el otro campo. ¿Cómo leer una cultura en la que se yuxtaponen las hogueras de la Inquisición y el espíritu libre del Renacimiento? ¿Cómo comprender el refinamiento de los aztecas y su práctica del sacrificio humano? ¿Se debe renunciar, por ello, a tratar serenamente la historia de Cortés? No, en absoluto. Por eso el conquistador no puede ser reducido a su negativa leyenda. Su itinerario personal no se limita a los dos años de la Conquista de México, ese lacónico 1519-1521 de los diccionarios. Cortés tiene infancia, deseos, ambiciones, voluntad e inteligencia; conoce tanto el éxito como el fracaso; posee familia, amigos y se debate entre amores complicados; envejece; sus reflexiones profundas chocan con sus preocupaciones más terrenas y cuando ve venir la muerte juzga su época.
Christian Duverger perfila en esta biografía a un conquistador nada ordinario. En ruptura con su cultura de origen, Cortés sueña con fundar otro mundo a partir del mestizaje. Sutil, letrado, seductor y refinado; prefiere el gobierno de las mentes a la fuerza bruta que, no obstante, sabe manejar; aprovecha impunemente la debilidad de sus compañeros por la fiebre de oro; sabe analizar y anticipar. La memoria colectiva concibe con dificultad a Cortés como el introductor de la caña de azúcar y el gusano de seda en México o como el explorador del Pacífico que descubre California, que comercia con el Perú, que llega hasta las Filipinas y las ofrece a Carlos V en 1528.
Porque nada en esta historia se escribe lineal o serenamente, necesitamos sumergirnos en esta complejidad que gira alrededor de un hombre y de su concepción independentista de la Nueva España.