Los sucesos de esta crónica nos abandonaron hace ya muchos años, aunque el recuerdo de estas denuncias sigue y seguirá vivo en el corazón de mucha gente. El encanto de su atractivo no ha sido otro que la crudeza de los hechos en mutua comunión con un entorno hostil e indiferente hacia los arrendatarios quienes hacen uso de la resiliencia. En este cotidiano no basta con ser impenitente, inquieto, astuto, genial, hiperactivo, multifacético, o comprometido como nadie con el concepto de equilibrio y evolución, cuando a un usuario se le quita su privacidad su vida se convierte en algo más miserable que el automatismo o los complejos de inferioridad.
Cuando leemos algún capítulo de Alquileres, sus evocaciones, sus reflexiones, nos sorprendemos por su óptica preclara de las artes en general, siempre desde un ángulo revisionista que avanza con su época. Por todo ello, Alquileres es un combate contra toda forma establecida de abuso que impide el disfrute de un inmueble, lleva a los propietarios hacia un knock-out fulminante, muestra la ridiculez absoluta, a la vez que desnuda a los secuaces. No hay escapatoria. Es una carta abierta la cual le evidencia a todo un país la indolencia de sus reglamentos, no hay conductas disciplinarias activas y funcionales, por consiguiente no evolucionan las contribuciones a favor de un sano desarrollo. En esta historia existe un pequeño dragón y su hada madrina, quien tuvo la gallardía de ser él mismo, contradijo el yugo impuesto por los propietarios y pudo dejarnos unas magníficas muestras de su talento como cronista y artista plástico. Alguien quien no ha procurado acumular seguridades externas, o técnicas de otros, prefirió el auto-análisis y el aprendizaje para crecer paso a paso, día tras día, tuvo fe en sí mismo a pesar de sus necesidades.
En algún momento el cronista escuchó decir del vulgo que era más fácil para el infractor pagar por una condena impuesta que reconocer públicamente el abuso pre intencionado. Fiel a tal máxima, procede sin dudarlo con toda su fuerza a recrear las escenas del modo más sarcástico posible, como exigiendo de sus lectores: ¡castiguen estos actos morbosos y dañinos!, ¡yo he dado todo el lado bueno de mi ser y se me ha pisoteado!, ¡no soy el caso aparte, esto es una pandemia acompañada de veneno verbal!, ¡todo aquel que arrienda un predio a este tipo de yacarés, no gozará de garantías!, ¡solo habrá inspección!. ¿Qué aspectos procesales me defienden del abuso a mañana, tarde y noche?.
La posición del texto es clara: “No existe un arrendamiento formal, hay alquileres pre intencionados con tintes antidemocráticos”. Alquileres ha ganado el cariño de sus lectores desde su cotidiana simpleza, dando por terminado el contrato de arrendamiento por las disposiciones de un congreso que no vivencia profundamente los destinos psicológicos de los arrendatarios. El cronista se vuelve un reaccionario, arremete contra todo piso ideológico que sostiene a sus verdugos, pues, hay una constante presión que impide el desarrollo del goce de una vivienda digna aceptando toda función social. El narrador de los hechos conoce que las soluciones no son inmediatas y, para él, las leyes agonizan por falta de reformas sustanciales. Entonces, crea un personaje, una víctima, un Mr. Smith el cual somete a la malicia social, ¿con qué propósito? Con el de crearles la más ridícula de las vergüenzas públicas a los verdugos-propietarios. Ante esta puesta literaria y pictórica, no podrán envolver los hechos en sus acostumbrados misterios, carecerán de conspiración, el escrutinio público les dará su lugar. Y añade entre renglones: “no podrán contra “Alquileres”, pues, soy yo quien escribe la historia tal cual la han creado. No he necesitado de injuria o calumnia alguna, ni el peor de mis sueños se compara con su enfermedad de maldad. ¡¿Miedo?! Hasta ese tipo de inducción se me extinguió, bastó con vivir lo que me impusieron, su peor error fue subestimarme”.
Cuando leemos algún capítulo de Alquileres, sus evocaciones, sus reflexiones, nos sorprendemos por su óptica preclara de las artes en general, siempre desde un ángulo revisionista que avanza con su época. Por todo ello, Alquileres es un combate contra toda forma establecida de abuso que impide el disfrute de un inmueble, lleva a los propietarios hacia un knock-out fulminante, muestra la ridiculez absoluta, a la vez que desnuda a los secuaces. No hay escapatoria. Es una carta abierta la cual le evidencia a todo un país la indolencia de sus reglamentos, no hay conductas disciplinarias activas y funcionales, por consiguiente no evolucionan las contribuciones a favor de un sano desarrollo. En esta historia existe un pequeño dragón y su hada madrina, quien tuvo la gallardía de ser él mismo, contradijo el yugo impuesto por los propietarios y pudo dejarnos unas magníficas muestras de su talento como cronista y artista plástico. Alguien quien no ha procurado acumular seguridades externas, o técnicas de otros, prefirió el auto-análisis y el aprendizaje para crecer paso a paso, día tras día, tuvo fe en sí mismo a pesar de sus necesidades.
En algún momento el cronista escuchó decir del vulgo que era más fácil para el infractor pagar por una condena impuesta que reconocer públicamente el abuso pre intencionado. Fiel a tal máxima, procede sin dudarlo con toda su fuerza a recrear las escenas del modo más sarcástico posible, como exigiendo de sus lectores: ¡castiguen estos actos morbosos y dañinos!, ¡yo he dado todo el lado bueno de mi ser y se me ha pisoteado!, ¡no soy el caso aparte, esto es una pandemia acompañada de veneno verbal!, ¡todo aquel que arrienda un predio a este tipo de yacarés, no gozará de garantías!, ¡solo habrá inspección!. ¿Qué aspectos procesales me defienden del abuso a mañana, tarde y noche?.
La posición del texto es clara: “No existe un arrendamiento formal, hay alquileres pre intencionados con tintes antidemocráticos”. Alquileres ha ganado el cariño de sus lectores desde su cotidiana simpleza, dando por terminado el contrato de arrendamiento por las disposiciones de un congreso que no vivencia profundamente los destinos psicológicos de los arrendatarios. El cronista se vuelve un reaccionario, arremete contra todo piso ideológico que sostiene a sus verdugos, pues, hay una constante presión que impide el desarrollo del goce de una vivienda digna aceptando toda función social. El narrador de los hechos conoce que las soluciones no son inmediatas y, para él, las leyes agonizan por falta de reformas sustanciales. Entonces, crea un personaje, una víctima, un Mr. Smith el cual somete a la malicia social, ¿con qué propósito? Con el de crearles la más ridícula de las vergüenzas públicas a los verdugos-propietarios. Ante esta puesta literaria y pictórica, no podrán envolver los hechos en sus acostumbrados misterios, carecerán de conspiración, el escrutinio público les dará su lugar. Y añade entre renglones: “no podrán contra “Alquileres”, pues, soy yo quien escribe la historia tal cual la han creado. No he necesitado de injuria o calumnia alguna, ni el peor de mis sueños se compara con su enfermedad de maldad. ¡¿Miedo?! Hasta ese tipo de inducción se me extinguió, bastó con vivir lo que me impusieron, su peor error fue subestimarme”.