“LA CASA DE MAMÁ”, es una novela de muchas oportunidades. En ella, cabe también el reencuentro con la naturaleza, con el lenguaje en los dichos y sentencias populares llenos de sabiduría impecable, que puestos en boca de los personajes se vuelven ciencia empírica. Aquí no hay retórica, no hay palabras ahuecadas, no hay rebusques de términos que desapeguen el interés febril del lector con el imaginario de sus propios recuerdos. Aquí no hay purismos que lo aíslen de la recreación de la historia que asume haber vivido o escuchado en otras voces y en ignotos tiempos, o lo que seguramente también puede ser una nostalgia soñada o la frustración de la reencarnación en otros cuerpos. Aquí no hay demonios íntimos persiguiendo crucificados arrepentimientos ni fantasmas encadenados espantándose con su propia silueta… Aquí encontramos el consciente de un soñador que deja en libertad sus añoranzas, cuyo deseo –infiero-, es que las generaciones venideras que pueblen estas tierras, no tengan como referente sólo la muerte con sus pesares, sino la felicidad y la alegría como una posibilidad real de la que pueden ser dueños. Osvaldo Mejía Marulanda, habla con afán y tiene un afán, comparado con el de los topos abriendo túneles: llegar a la salida para ver la luz. Quiere llegar al resplandor de una memoria ancestral y legarla, para que no se pierdan los recuerdos en el espejismo que nos muestran los mercaderes de la vida…y para que no se cumpla el título de uno de los libros del grandioso escritor uruguayo Mario Benedetti “La memoria está llena de olvidos”, porque eso es fatal para la humanidad.
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