A la aparición de este pequeño trabajo, que dimos a la prensa el año anterior, nos sucedió lo que a la persona que describimos en él: es decir, unos nos levantaron a las nubes, otros nos bajaron al suelo.
En la prensa de París y de Londres, donde este trabajo se ha reproducido, hemos sido imparciales, justos, etc. En la sala de Representantes de Rosas hemos sido tratados de criminales, de traidores que osábamos decir que el cariñoso padre de Manuela había labrado la desgracia de su querida hija. Y es probable que en la tribuna de los salones también nos hayan censurado unos, y alabados otros. Porque hay gente que quiere por fuerza que los hijos se parezcan al padre, como generalmente lo quieren las madres. Pero la naturaleza y la historia no dicen eso, y sin la menor violencia preferimos ponernos de su parte.
De todos modos, algo hay de nuevo en nuestro escrito desde que ha movido tanto las opiniones; y mucho habrá de verdad y de justicia en él desde que ha costado lágrimas, en repetidas lecturas, a la desgraciada mujer de que nos ocupamos, y un rapto de furor salvaje a su bondadoso padre que dió, orden a su diputado Irigoyen de tratarnos amablemente, y con la elocuencia federal, en la libérrima asamblea de que Scribe, o Bretón de los Herreros, habian podido sacar inspiraciones admirables.
Nuestros rasgos biográficos sobre Manuela no pueden dar una exacta idea de la vida de esa joven, y este trabajo es incompleto por lo mismo. Necesitamos estar en Buenos Aires, muchas confidencias y muchos datos, para hacer un cuadro fiel de su vida; porque en la vida de una mujer hay circunstancias, secretos, pasiones y frivolidades, que sólo son perceptibles muy de cerca, pero que una vez percibidos descubren el primer hilo de agua por el cual se puede llegar a la fuente caudalosa de su vida moral.
Un trabajo completo y de ese modo será publicado alguna vez por nosotros.
En la prensa de París y de Londres, donde este trabajo se ha reproducido, hemos sido imparciales, justos, etc. En la sala de Representantes de Rosas hemos sido tratados de criminales, de traidores que osábamos decir que el cariñoso padre de Manuela había labrado la desgracia de su querida hija. Y es probable que en la tribuna de los salones también nos hayan censurado unos, y alabados otros. Porque hay gente que quiere por fuerza que los hijos se parezcan al padre, como generalmente lo quieren las madres. Pero la naturaleza y la historia no dicen eso, y sin la menor violencia preferimos ponernos de su parte.
De todos modos, algo hay de nuevo en nuestro escrito desde que ha movido tanto las opiniones; y mucho habrá de verdad y de justicia en él desde que ha costado lágrimas, en repetidas lecturas, a la desgraciada mujer de que nos ocupamos, y un rapto de furor salvaje a su bondadoso padre que dió, orden a su diputado Irigoyen de tratarnos amablemente, y con la elocuencia federal, en la libérrima asamblea de que Scribe, o Bretón de los Herreros, habian podido sacar inspiraciones admirables.
Nuestros rasgos biográficos sobre Manuela no pueden dar una exacta idea de la vida de esa joven, y este trabajo es incompleto por lo mismo. Necesitamos estar en Buenos Aires, muchas confidencias y muchos datos, para hacer un cuadro fiel de su vida; porque en la vida de una mujer hay circunstancias, secretos, pasiones y frivolidades, que sólo son perceptibles muy de cerca, pero que una vez percibidos descubren el primer hilo de agua por el cual se puede llegar a la fuente caudalosa de su vida moral.
Un trabajo completo y de ese modo será publicado alguna vez por nosotros.