No es cosa común que un Papa (en fin, un futuro Papa) escriba novelas. Menos aún, una novela de amor adúltero, que, en su tiempo, fue juzgada una obra licenciosa. Pero Enea Silvio Piccolomini tenía una de las personalidades más atractivas, más ricamente humanas, en la larga lista de los sucesores de San Pedro. Fue a los treinta y ocho años de edad, un año antes de ser ordenado sacerdote, cuando escribió este relato, que rápidamente se transformó en uno de los libros más leídos en toda Europa.
En estas páginas se oye un acento de verdad en la pintura de la pasión amorosa que sin duda conserva un eco del hecho real en que aparentemente se basan: el amor que habría unido al canciller imperial Kaspar Schlick, amigo íntimo de Piccolomini, con una gran dama de la alta sociedad sienesa. En el momento de su intronización, según se cuenta, el flamante Papa habría dicho: “Dimenticate Enea, accogliete Pio” (Olvidad a Enea, recibid a Pío). Quizás sentía algo de vergüenza de su delicado e intenso relato. Como no estamos dispuestos a olvidarlo, incluimos en nuestro catálogo la primera traducción al castellano, publicada en Sevilla en 1512, de Historia de duobus amantibus.
En estas páginas se oye un acento de verdad en la pintura de la pasión amorosa que sin duda conserva un eco del hecho real en que aparentemente se basan: el amor que habría unido al canciller imperial Kaspar Schlick, amigo íntimo de Piccolomini, con una gran dama de la alta sociedad sienesa. En el momento de su intronización, según se cuenta, el flamante Papa habría dicho: “Dimenticate Enea, accogliete Pio” (Olvidad a Enea, recibid a Pío). Quizás sentía algo de vergüenza de su delicado e intenso relato. Como no estamos dispuestos a olvidarlo, incluimos en nuestro catálogo la primera traducción al castellano, publicada en Sevilla en 1512, de Historia de duobus amantibus.