Durante más de treinta años, el profesor Guerra Aguiar ha desarrollado una admirable tarea académica que hoy en día es reconocida por colegas y antiguos alumnos. Ha sido un trabajo sin grandes aspavientos y sin propagandas que inclinasen a pensar en el deseo de una notoriedad gratuita. Frente a los que buscan en la docencia la plataforma de arranque para otros fines o un medio de subsistencia que malinterpretan o desarrollan con mentalidad mercantil, el profesor Guerra Aguiar ha sido un ejemplo de coherencia con su inclinación y precisión en su ejercicio.
Los textos que contiene este volumen son una buena prueba de lo apuntado. Aunque la actual forma en artículos data de la primera década de nuestro siglo, lo cierto es que estamos ante un grupo heterogéneo de añejas y novedosas muestras de anotaciones pedagógicas que surgieron en muchas ocasiones como reflexiones a partir de sus experiencias en el aula y que, en no pocos casos, se compusieron como material escolar para que su alumnado accediese al dominio de nuestra lengua desde una perspectiva diferente: la del texto grato a la lectura; anecdótico en sus niveles superficiales, pero con una profunda carga de contenido formativo que, de una manera u otra, terminaba depositándose con la suavidad de las adhesiones involuntarias en el lugar de la razón donde germinan las palabras, los verbos… El mundo, en suma.
Distribuido en tres grandes bloques temáticos y ordenado cronológicamente, el contenido de este libro es una parte del preciado tesoro que han recibido las numerosas promociones estudiantiles del profesor Guerra Aguiar; un tesoro que les ha permitido conocer y disfrutar del envés de una moneda cuyo haz, por lo general, suele corporeizarse en la rutina de una enseñanza del idioma cargada de monotonía y abstracción. Ellos, en cambio, han tenido el privilegio de acceder a la otra cara de la pieza, a la prueba fehaciente de que el magisterio lingüístico puede ser hermoso, a esa otra manera de aprehender la lengua materna para hacer con ella el mejor de los usos posibles. Quizás sea esa otra manera de abordar la materia lo que ahora llaman técnicamente “adaptación”; yo lo llamo genialidad.
Por suerte para quienes no estuvimos en las aulas del profesor Guerra Aguiar, aquellas citadas muestras salieron de su perímetro escolar y bajo la forma de artículos periodísticos comenzaron a fecundar el ánimo intelectual de cuantos hemos venido siguiendo y admirando al maestro durante los dos últimos lustros. Es justo, pues, en este punto, expresar, como no puede ser de otro modo, mi particular gratitud al periódico La Provincia/DLP y, por lógica extensión, al que fuera su director, Ángel Tristán Pimienta, quien, gracias a su perspicacia y generosidad, no dudó nunca en tener siempre un hueco preferente para que sus lectores accediesen a las atinadas observaciones del preceptor. En un complicado periodo empresarial como el que desde hace unos años vive la prensa, donde la política y el espíritu de lonja ocupan porcentajes muy elevados de páginas y horas audiovisuales, el que un responsable periodístico concediese y conceda, como ocurre actualmente, un valioso espacio para que vean la luz los escritos de nuestro profesor merece cuanto menos un reconocimiento por mi parte que no puedo, debo ni quiero pasar por alto.
El mismo agradecimiento cabría extender a la Editorial Anroart, pues, gracias a esta edición, tenemos revisados y actualizados en un solo tomo el equivalente a casi medio centenar de periódicos dispersos en el tramo de diez años. A ello cabe añadir otro valor que, probablemente, sea mucho más gratificante para los muchos bibliófilos, lectores, críticos y editores que en el orbe somos: el hecho de que este libro representa en sí mismo la respuesta a la pregunta ¿Qué le pedimos a un libro?
Los textos que contiene este volumen son una buena prueba de lo apuntado. Aunque la actual forma en artículos data de la primera década de nuestro siglo, lo cierto es que estamos ante un grupo heterogéneo de añejas y novedosas muestras de anotaciones pedagógicas que surgieron en muchas ocasiones como reflexiones a partir de sus experiencias en el aula y que, en no pocos casos, se compusieron como material escolar para que su alumnado accediese al dominio de nuestra lengua desde una perspectiva diferente: la del texto grato a la lectura; anecdótico en sus niveles superficiales, pero con una profunda carga de contenido formativo que, de una manera u otra, terminaba depositándose con la suavidad de las adhesiones involuntarias en el lugar de la razón donde germinan las palabras, los verbos… El mundo, en suma.
Distribuido en tres grandes bloques temáticos y ordenado cronológicamente, el contenido de este libro es una parte del preciado tesoro que han recibido las numerosas promociones estudiantiles del profesor Guerra Aguiar; un tesoro que les ha permitido conocer y disfrutar del envés de una moneda cuyo haz, por lo general, suele corporeizarse en la rutina de una enseñanza del idioma cargada de monotonía y abstracción. Ellos, en cambio, han tenido el privilegio de acceder a la otra cara de la pieza, a la prueba fehaciente de que el magisterio lingüístico puede ser hermoso, a esa otra manera de aprehender la lengua materna para hacer con ella el mejor de los usos posibles. Quizás sea esa otra manera de abordar la materia lo que ahora llaman técnicamente “adaptación”; yo lo llamo genialidad.
Por suerte para quienes no estuvimos en las aulas del profesor Guerra Aguiar, aquellas citadas muestras salieron de su perímetro escolar y bajo la forma de artículos periodísticos comenzaron a fecundar el ánimo intelectual de cuantos hemos venido siguiendo y admirando al maestro durante los dos últimos lustros. Es justo, pues, en este punto, expresar, como no puede ser de otro modo, mi particular gratitud al periódico La Provincia/DLP y, por lógica extensión, al que fuera su director, Ángel Tristán Pimienta, quien, gracias a su perspicacia y generosidad, no dudó nunca en tener siempre un hueco preferente para que sus lectores accediesen a las atinadas observaciones del preceptor. En un complicado periodo empresarial como el que desde hace unos años vive la prensa, donde la política y el espíritu de lonja ocupan porcentajes muy elevados de páginas y horas audiovisuales, el que un responsable periodístico concediese y conceda, como ocurre actualmente, un valioso espacio para que vean la luz los escritos de nuestro profesor merece cuanto menos un reconocimiento por mi parte que no puedo, debo ni quiero pasar por alto.
El mismo agradecimiento cabría extender a la Editorial Anroart, pues, gracias a esta edición, tenemos revisados y actualizados en un solo tomo el equivalente a casi medio centenar de periódicos dispersos en el tramo de diez años. A ello cabe añadir otro valor que, probablemente, sea mucho más gratificante para los muchos bibliófilos, lectores, críticos y editores que en el orbe somos: el hecho de que este libro representa en sí mismo la respuesta a la pregunta ¿Qué le pedimos a un libro?