Para muchos lectores, Madame Bovary ha sido una fuente constante de admiración; no por la historia en sí --una sórdida historia de adulterio provincial francés-- sino por el esfuerzo técnico del autor. Pues la abundancia de estudios críticos demuestra que Flaubert fue un experimentador audaz.
Siendo un perfeccionista en su uso del lenguaje, Flaubert no se satisfacía con la narración común y mediocre, sino que buscaba y rebuscaba el orden y significado preciso de cada palabra. Con tales palabras entonces urdía sus modelos de técnicas literarias, símiles, zeugmas, monólogos, monólogos interiores, y el discurso libre indirecto.
Pero lo más fascinante es su invención de los planos simultáneos de narración. La escena de la feria agrícola abrió un nuevo camino y se convirtió en el modelo que otros novelistas perfeccionaron. Herman Broch, Virginia Woolf, y Mario Vargas Llosa, vienen a la mente. En esta famosa escena el lector sigue los movimientos de un cuarteto --una narración de oscilación armónica-- en cuatro voces, violín, viola, violoncelo, y bajo; es decir, Rodolfo, Emma, el concejal, y Homais.
Para Flaubert, la forma —el orden de las palabras y su uso preciso— era el sendero directo para llegar a la conciencia de un personaje. En su Correspondencia II, 216, dice: “La forma es la misma carne de pensamiento, como el pensamiento es el alma de la vida.”
Encantado por la técnica, los lectores podrían prestar menos atención al tema, al trama y a los personajes. Pero, genio creativo que era, Flaubert empuja vigorosamente al lector a sumergirse en los personajes, a "verlos," y “escucharlos;” al fin entonces, nos damos con una idea clara de lo que los motiva-- Charles, Emma, Homais, León, Rodolfo, Justino, y otros.
Terminada la lectura, ¿Quién podría olvidar una adúltera lánguida y carismática como Emma?: “Ella (Emma) lo corrompió (Charles Bovary) más allá de la tumba.”
Siendo un perfeccionista en su uso del lenguaje, Flaubert no se satisfacía con la narración común y mediocre, sino que buscaba y rebuscaba el orden y significado preciso de cada palabra. Con tales palabras entonces urdía sus modelos de técnicas literarias, símiles, zeugmas, monólogos, monólogos interiores, y el discurso libre indirecto.
Pero lo más fascinante es su invención de los planos simultáneos de narración. La escena de la feria agrícola abrió un nuevo camino y se convirtió en el modelo que otros novelistas perfeccionaron. Herman Broch, Virginia Woolf, y Mario Vargas Llosa, vienen a la mente. En esta famosa escena el lector sigue los movimientos de un cuarteto --una narración de oscilación armónica-- en cuatro voces, violín, viola, violoncelo, y bajo; es decir, Rodolfo, Emma, el concejal, y Homais.
Para Flaubert, la forma —el orden de las palabras y su uso preciso— era el sendero directo para llegar a la conciencia de un personaje. En su Correspondencia II, 216, dice: “La forma es la misma carne de pensamiento, como el pensamiento es el alma de la vida.”
Encantado por la técnica, los lectores podrían prestar menos atención al tema, al trama y a los personajes. Pero, genio creativo que era, Flaubert empuja vigorosamente al lector a sumergirse en los personajes, a "verlos," y “escucharlos;” al fin entonces, nos damos con una idea clara de lo que los motiva-- Charles, Emma, Homais, León, Rodolfo, Justino, y otros.
Terminada la lectura, ¿Quién podría olvidar una adúltera lánguida y carismática como Emma?: “Ella (Emma) lo corrompió (Charles Bovary) más allá de la tumba.”