En los cuarenta y dos años que duró su vida, Roberto Arlt fue testigo de una guerra mundial y media, una revolución comunista triunfante (la soviética) y varios intentos revolucionarios fallidos; pudo ver la crisis más importante del sistema capitalista hasta ese momento y pudo entrever la feroz dimensión del genocidio nazi. Pero lo más importante, quizás, sea el hecho de que formó parte de la generación que se enfrentó al fracaso de la idea de progreso indefinido, una generación de hombres y mujeres que pasó de la confianza ciega en el avance irrestricto de la ciencia y, por qué no también, del bienestar que prometía el pujante capitalismo, a la desazón de confrontar esa promesa con las masacres que signaron esa primera parte del siglo. No resulta extraño, entonces, que la poética de Arlt, poética del desencanto y la desilusión, sean los rasgos distintos (y brillantes) de sus cuentos y aguafuertes, acaso las obras que más fielmente lo representan.
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