Esta novela es un thriller eclesiástico, con muertos incluidos, en el que se describen intrigas para obtener la silla de San Pedro. No se confía en el Dios nombrará al más idóneo, y, por ende, mejor si se le echa una mano.
Últimamente se ha destapado la olla de los grillos, y han salido a la luz escándalos de sacerdotes pederastas, así como culpas de instituciones eclesiásticas que les han protegido y encubierto. Pero eso no es nada nuevo, pues sucedió por muchos años, y lo sabemos bien quienes estudiamos en colegios de frailes. En nuestros tiempos, les cayó en suerte a unos sí y a otros no, pero no hubo quien ignorase lo que significaba “el tú a tú”, un encuentro a puerta cerrada con un sacerdote que quería conocer la vida sexual de niños de diez u once años. ¿Tendríamos vida sexual a esa edad? Lo que buscaba el fraile era agasajarse tocándole al confesante, quien de nada debía acusarse, y carecía del valor de denunciarle. La vergüenza debería sentirla el niño, porque, para la sociedad, los sacerdotes eran un dechado de perfecciones, los representantes de Jesucristo en La Tierra.
No se puede tapar el sol con un dedo, ni siquiera con una mano. Eso le ha pasado a La Iglesia, pues un buen día ya no ha podido ocultar la realidad por mucho que ha movido su dedo, el dedo de la autoridad y el miedo. Durante años, La Iglesia nos ha prohibido preguntar, investigar, dudar y desobedecer, y nos ha levantado el dedo de la ley, amenazándonos con castigarnos si no obedecemos. Nos ha obligado a creer en sus dogmas sin intentar entender, sin posibilidad de rebatir, y sin chistar. Pero un buen día, han tenido que retirar el dedo, y hemos visto el sol. Algunos, los que no temíamos a ese infierno que ellos se sacaron de la manga, ni a la excomunión que nos llevaría de cabeza a las llamas, ya conocíamos lo que ocultaban tras el dedo. Habíamos estudiado con frailes, por lo que no nos ha asombrado la existencia de pedofilia, sino que hayan tardado tanto en descubrirla. Dice un obispo, en México, que la culpa la tiene esta modernidad llena de sexo. No sea usted ingenuo, por no decirle mentiroso, que ya en el Decamerón se habla de religiosos entregados a los placeres terrenales. En los conventos de la Edad Media había homosexualidad. Lo que pasa en que ya no han podido mantener el dedo, y la gente ha visto el sol. No han podido seguir amenazando con el dedo de la ley, el mismo que vaya usted a saber dónde lo habrán tenido metido. Ya no hay dedo, y se les ha caído el teatro, por lo que no le echen la culpa a la modernidad y el Internet, porque los curas pedófilos existían en los tiempos en que la modernidad era la radio. Sean honestos, si pueden y confiesen que han abusado de los monaguillos desde que La Iglesia tuvo la facultad de obligar a obedecer y callar, y desde que los gobiernos corruptos hicieron pareja con los prelados viciosos, y la justicia se supeditó a las sotanas. Ésa es la verdad, y lo demás: estúpidas excusas
Digamos que este prefacio significa la parte venial del cúmulo de pecados que cometieron aquéllos que nos perdonaban los nuestros. ¿Con qué derecho te perdonaban lo que… ellos hacían? ¿Les habrán perdonado a ellos? En la Tierra seguro que sí, pues eso ya lo hemos visto. Los prelados de La Iglesia han guardado silencio, e incluso El Papa ha hecho oídos sordos, durante mucho tiempo. Es la Iglesia del auto perdón. Pero… ¿y en el Cielo?
Últimamente se ha destapado la olla de los grillos, y han salido a la luz escándalos de sacerdotes pederastas, así como culpas de instituciones eclesiásticas que les han protegido y encubierto. Pero eso no es nada nuevo, pues sucedió por muchos años, y lo sabemos bien quienes estudiamos en colegios de frailes. En nuestros tiempos, les cayó en suerte a unos sí y a otros no, pero no hubo quien ignorase lo que significaba “el tú a tú”, un encuentro a puerta cerrada con un sacerdote que quería conocer la vida sexual de niños de diez u once años. ¿Tendríamos vida sexual a esa edad? Lo que buscaba el fraile era agasajarse tocándole al confesante, quien de nada debía acusarse, y carecía del valor de denunciarle. La vergüenza debería sentirla el niño, porque, para la sociedad, los sacerdotes eran un dechado de perfecciones, los representantes de Jesucristo en La Tierra.
No se puede tapar el sol con un dedo, ni siquiera con una mano. Eso le ha pasado a La Iglesia, pues un buen día ya no ha podido ocultar la realidad por mucho que ha movido su dedo, el dedo de la autoridad y el miedo. Durante años, La Iglesia nos ha prohibido preguntar, investigar, dudar y desobedecer, y nos ha levantado el dedo de la ley, amenazándonos con castigarnos si no obedecemos. Nos ha obligado a creer en sus dogmas sin intentar entender, sin posibilidad de rebatir, y sin chistar. Pero un buen día, han tenido que retirar el dedo, y hemos visto el sol. Algunos, los que no temíamos a ese infierno que ellos se sacaron de la manga, ni a la excomunión que nos llevaría de cabeza a las llamas, ya conocíamos lo que ocultaban tras el dedo. Habíamos estudiado con frailes, por lo que no nos ha asombrado la existencia de pedofilia, sino que hayan tardado tanto en descubrirla. Dice un obispo, en México, que la culpa la tiene esta modernidad llena de sexo. No sea usted ingenuo, por no decirle mentiroso, que ya en el Decamerón se habla de religiosos entregados a los placeres terrenales. En los conventos de la Edad Media había homosexualidad. Lo que pasa en que ya no han podido mantener el dedo, y la gente ha visto el sol. No han podido seguir amenazando con el dedo de la ley, el mismo que vaya usted a saber dónde lo habrán tenido metido. Ya no hay dedo, y se les ha caído el teatro, por lo que no le echen la culpa a la modernidad y el Internet, porque los curas pedófilos existían en los tiempos en que la modernidad era la radio. Sean honestos, si pueden y confiesen que han abusado de los monaguillos desde que La Iglesia tuvo la facultad de obligar a obedecer y callar, y desde que los gobiernos corruptos hicieron pareja con los prelados viciosos, y la justicia se supeditó a las sotanas. Ésa es la verdad, y lo demás: estúpidas excusas
Digamos que este prefacio significa la parte venial del cúmulo de pecados que cometieron aquéllos que nos perdonaban los nuestros. ¿Con qué derecho te perdonaban lo que… ellos hacían? ¿Les habrán perdonado a ellos? En la Tierra seguro que sí, pues eso ya lo hemos visto. Los prelados de La Iglesia han guardado silencio, e incluso El Papa ha hecho oídos sordos, durante mucho tiempo. Es la Iglesia del auto perdón. Pero… ¿y en el Cielo?