La Iglesia Romana reconoce las Sagradas Escrituras (los libros apócrifas incorporados) pero afirma que una palabra sobreentendida, llamada la tradición, se reviste de una autoridad igual a la de la Santa Biblia. Adicionalmente, afirma que son vinculantes para la conciencia los decretos de los concilios eclesiásticos (en especial los del Concilio de Trento, 1545 al 1563) y los pronunciamientos de los papas (en especial el credo de Pío IV, 1559 al 1565).
También, Roma alega que —
es para ella decidir el sentido de las Escrituras
sus interpretaciones se conforman con el “consentimiento unánime de los Padres”.
(Ella ciega los ojos al hecho de que los Padres distaban mucho de ser unánimes
entre sí en sus interpretaciones).
La postura de Roma es en esencia que el lego sin letras es incapaz de decidir qué quiere decir la Biblia, y que “la Iglesia infalible” resolverá el asunto por él.
También, Roma alega que —
es para ella decidir el sentido de las Escrituras
sus interpretaciones se conforman con el “consentimiento unánime de los Padres”.
(Ella ciega los ojos al hecho de que los Padres distaban mucho de ser unánimes
entre sí en sus interpretaciones).
La postura de Roma es en esencia que el lego sin letras es incapaz de decidir qué quiere decir la Biblia, y que “la Iglesia infalible” resolverá el asunto por él.