Una mirada crítica a Colombia y al mundo. Cuatro décadas de opinión, de reflexión,
de juicios, de no callar, de reprochar, de enaltecer; de acuerdos y desacuerdos,
razones y sin razones, de exaltarse, de contrariarse, de apenarse, de regocijarse; de rememorar pasajes y rescatar protagonistas de la historia.H
e sido un cronista de la realidad cuya pluma se queda corta ante tantos sucesos que a diario la exaltan. Incapaz de transformar un mundo que torpe, malévolo o indiferente se resiste al cambio, he terminado por dejar, al menos, de puño y letra, un testimonio de mis diferencias con sus desaciertos.
Fueron primero pensamientos consignados en las páginas de algún cuaderno como muestra de mis reflexiones escolares; con el tiempo se convirtieron en breves opiniones que se abrieron paso en la sección de los lectores de El Espectador. Años después, El Tiempo y algunos otros diarios y revistas le dieron cabida a mis escritos. Generosos en recibirlos, no contaban, sin embargo, con el espacio para un huésped ávido de compartir sus reflexiones. Mi apertura al mundo virtual subsanó las limitaciones de espacio y los pensamientos breves se volvieron críticas extensas, más profundas y más argumentadas. El 5 de diciembre del 2007 nació en la web mi blog “Reflexión y crítica”, que con su autonomía me fue alejando de la prensa escrita, pero sin menoscabar en modo alguno la gratitud que debo a los medios que albergaron mis ideas.
El contraste fácil se percibe entre las dos primeras partes de la obra. “Epistolarios periodístico” es el mundo físico, emparentado con el papel y asentado en las páginas de los medios. Las ideas son primordialmente breves, las justas para no ser guillotinadas.
“Reflexión y crítica” reside en el ciberespacio, y como él, sus pensamientos gozan de amplitud, a la vez que carecen de fronteras. Y no es este el único contraste. En cuarenta años la ortografía nos la cambiaron. Me anticipo por ello al lector erudito y quisquilloso en busca de gazapos, frustrando su pícara alegría.
Las columnas son por los hechos tratados un testimonio de su época, la memoria de un tiempo, ¿cómo podría falsear el tiempo histórico del idioma maquillándolo con los cambios ortográficos que en el 2010
lo revolcaron? Por aquellos, quien ayer pecaba con sus errores hoy está haciendo, y sin saberlo, uso adecuado de la lengua. Paradoja del lenguaje en la que el buen hablar es el sometimiento a reglas establecidas por los eruditos, que curiosamente se doblegan a la imposición del uso por la multitud vulgar que desconoce o desacata los dictados académicos.
No hay, advierto, incoherencias ortográficas entre los artículos y su pie de página: sencillamente pueden aquellos ser antiguos y las notas ser actuales. Conservan los artículos el estilo con que fueron presentados con abreviaturas y símbolos del momento. Así, descubrir las tildes en los pronombres demostrativos será hallar gazapos inexistentes en los artículos añejos, pero será un acierto en los recientes.
Con el tiempo muchos sucesos desaparecieron de la escena, muchos protagonistas perdieron relevancia, en ocasiones cambio mi percepción sobre los hechos comentados y los juicios se endurecieron o se moderaron. El mundo es cambiante, y la noticia que roba titulares un día termina totalmente ignorada. Efecto del olvido muchas veces, pero resultado, también, de la renovación de los espectadores: aparición de generaciones nuevas para las que la historia es desconocida. Tales giros demandaban las notas que aparecen al pie de los artículos, para orientar al lector ajeno al hecho comentado.
No todo es reproche en el volumen. Dulcificada mi pluma, también ha tenido tiempo para otros menesteres no punzantes, como el recuerdo amable, a veces enternecido, de personajes y sucesos a los que quise rendir un homenaje. Diría que en este tomo procuro reunir mi obra no poética, los escritos en prosa exceptuando las novelas, los cuentos y los ensayos largos.
Los artículos y columnas apareen en
de juicios, de no callar, de reprochar, de enaltecer; de acuerdos y desacuerdos,
razones y sin razones, de exaltarse, de contrariarse, de apenarse, de regocijarse; de rememorar pasajes y rescatar protagonistas de la historia.H
e sido un cronista de la realidad cuya pluma se queda corta ante tantos sucesos que a diario la exaltan. Incapaz de transformar un mundo que torpe, malévolo o indiferente se resiste al cambio, he terminado por dejar, al menos, de puño y letra, un testimonio de mis diferencias con sus desaciertos.
Fueron primero pensamientos consignados en las páginas de algún cuaderno como muestra de mis reflexiones escolares; con el tiempo se convirtieron en breves opiniones que se abrieron paso en la sección de los lectores de El Espectador. Años después, El Tiempo y algunos otros diarios y revistas le dieron cabida a mis escritos. Generosos en recibirlos, no contaban, sin embargo, con el espacio para un huésped ávido de compartir sus reflexiones. Mi apertura al mundo virtual subsanó las limitaciones de espacio y los pensamientos breves se volvieron críticas extensas, más profundas y más argumentadas. El 5 de diciembre del 2007 nació en la web mi blog “Reflexión y crítica”, que con su autonomía me fue alejando de la prensa escrita, pero sin menoscabar en modo alguno la gratitud que debo a los medios que albergaron mis ideas.
El contraste fácil se percibe entre las dos primeras partes de la obra. “Epistolarios periodístico” es el mundo físico, emparentado con el papel y asentado en las páginas de los medios. Las ideas son primordialmente breves, las justas para no ser guillotinadas.
“Reflexión y crítica” reside en el ciberespacio, y como él, sus pensamientos gozan de amplitud, a la vez que carecen de fronteras. Y no es este el único contraste. En cuarenta años la ortografía nos la cambiaron. Me anticipo por ello al lector erudito y quisquilloso en busca de gazapos, frustrando su pícara alegría.
Las columnas son por los hechos tratados un testimonio de su época, la memoria de un tiempo, ¿cómo podría falsear el tiempo histórico del idioma maquillándolo con los cambios ortográficos que en el 2010
lo revolcaron? Por aquellos, quien ayer pecaba con sus errores hoy está haciendo, y sin saberlo, uso adecuado de la lengua. Paradoja del lenguaje en la que el buen hablar es el sometimiento a reglas establecidas por los eruditos, que curiosamente se doblegan a la imposición del uso por la multitud vulgar que desconoce o desacata los dictados académicos.
No hay, advierto, incoherencias ortográficas entre los artículos y su pie de página: sencillamente pueden aquellos ser antiguos y las notas ser actuales. Conservan los artículos el estilo con que fueron presentados con abreviaturas y símbolos del momento. Así, descubrir las tildes en los pronombres demostrativos será hallar gazapos inexistentes en los artículos añejos, pero será un acierto en los recientes.
Con el tiempo muchos sucesos desaparecieron de la escena, muchos protagonistas perdieron relevancia, en ocasiones cambio mi percepción sobre los hechos comentados y los juicios se endurecieron o se moderaron. El mundo es cambiante, y la noticia que roba titulares un día termina totalmente ignorada. Efecto del olvido muchas veces, pero resultado, también, de la renovación de los espectadores: aparición de generaciones nuevas para las que la historia es desconocida. Tales giros demandaban las notas que aparecen al pie de los artículos, para orientar al lector ajeno al hecho comentado.
No todo es reproche en el volumen. Dulcificada mi pluma, también ha tenido tiempo para otros menesteres no punzantes, como el recuerdo amable, a veces enternecido, de personajes y sucesos a los que quise rendir un homenaje. Diría que en este tomo procuro reunir mi obra no poética, los escritos en prosa exceptuando las novelas, los cuentos y los ensayos largos.
Los artículos y columnas apareen en