En Carta blanca, su cuarto libro, Rafael Saravia sigue y ensancha el camino que expone su intemperie afectiva en busca de las señales de la conciencia. Un itinerario que se inicia en la autointerrogación, intelectual y corpórea «La genética nos conduce al hombre que conversaba con la tierra […] esa que concierne al agricultor de esperanzas», continúa con el cuestionamiento de los vínculos amorosos «Sólo como presa soy consciente de ti», y finalmente vuelca su mirada sobre el mundo, en su calidad civil «Los herederos del juego quieren vender piolets / a los lectores del Manifiesto por un arte revolucionario independiente / y la nieve ya no limpia los fracasos cosidos al pulóver de los embargados». En palabras de Víktor Gómez, «Lo genético es desbordado por la intensidad de la experiencia vital y la toma de conciencia frente al otro, sea amante, sea pueblo, sea un tiempo herido por sanar y resarcir».
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