Llorar es uno de los efectos naturales que más se han desprestigiado en las sociedades burguesas; y no es que la poesía incite al llanto, pero atraviesa los rincones que hubieran podido ocupar mocos y lágrimas y se deja ver en ellos sin tanto pudor como en la denominada vida diaria. De ahí a ensalzar y a cantar el llanto no hay más que un paso. Quizá la poesía sea un lugar con rincones en los que no se miente, en los que a veces no se miente; de ahí los afanes.
Una propuesta seria, rigurosa, planteada sin concesiones, de llorar, sobre todo los domingos por la tarde, y de volver al azúcar se alza aquí resueltamente, con voces de a doce y de a trece, al comienzo y al término de El año del ombligo, recuerdo de un año vitalista y joven que terminó por asomar a la piel de la moda. Modas que vienen y modas que van, modas contra las modas y contra la moda de ir con la moda o de imponerla. Baratillo estético que se erige como resultado obvio de intentar sobrevivir a un aplastamiento producido por el peso de la tradición y el fulgor de la novedad.
Amar descaradamente a quien no se debe, cantar en los idiomas que no existen, prepararse concienzudamente para el olvido y en algún banco soleado del Retiro madrileño —mejor si es otoño— descender al silencio amarillo de la tarde y hablar quedo para que no se entienda demasiado, mientras los amores, las pasiones, las fantasías embadurnan los sueños, que dejan de parecer imposibles cuando se depositan en palabras.
Una propuesta seria, rigurosa, planteada sin concesiones, de llorar, sobre todo los domingos por la tarde, y de volver al azúcar se alza aquí resueltamente, con voces de a doce y de a trece, al comienzo y al término de El año del ombligo, recuerdo de un año vitalista y joven que terminó por asomar a la piel de la moda. Modas que vienen y modas que van, modas contra las modas y contra la moda de ir con la moda o de imponerla. Baratillo estético que se erige como resultado obvio de intentar sobrevivir a un aplastamiento producido por el peso de la tradición y el fulgor de la novedad.
Amar descaradamente a quien no se debe, cantar en los idiomas que no existen, prepararse concienzudamente para el olvido y en algún banco soleado del Retiro madrileño —mejor si es otoño— descender al silencio amarillo de la tarde y hablar quedo para que no se entienda demasiado, mientras los amores, las pasiones, las fantasías embadurnan los sueños, que dejan de parecer imposibles cuando se depositan en palabras.