Muchas veces, lo esencial de la fe nos pasa desapercibido y nos lleva a vivir la fe sin profundidad, sin que llegue a ser una fe madura. El autor nos ayuda a emprender el camino de madurar la fe a través de dos vías: la Biblia y el Concilio Vaticano II. Los peligros de un espiritualismo vacío o de una fe sin fundamento solo se salvan desde una postura de tomar en serio la profundización de la fe que profesamos. Madurar en la fe es una forma, además, de maduración personal y de maduración de la misma Iglesia.
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