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    Cómo mantenerse en forma después de los 40

    Por Adolfo Pérez Agusti

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    “Lo importante no es querer llegar, sino haber llegado”.

    Durante los últimos 30 años hemos asistido a lo que se ha denominado "culto al cuerpo", con una pujanza tal que las personas que no han hecho algo para mejorar su apa¬riencia física están mal consideradas por la sociedad. Los gordos, los barrigudos, los calvos, las celulíticas, y hasta los que muestran sus arrugas a tempranas edades, suelen ser considerados por los demás como personas que ni siquiera se estiman a sí mis¬mas. En el lado opuesto, también son igualmente objeto de crítica aquellos que dedican tiempo y dinero (especialmente esto último) a mejorar su apariencia física empleando recursos quirúrgicos, implantes de silicona, mascarillas de belleza de alto precio y mil trucos más, en un intento por detener el paso inexorable de los años.

    Es difícil delimitar la barrera entre lo razonable y lo paranoico, lo saludable y lo artificial, pues lo que para unos es lógico, para otros supone una exageración. Hay personas sobradas en dinero y en kilos, también en años, que no emplean ni un minuto de su tiempo en mejorar su aspecto físico, prefiriendo comer hasta hartarse y disfrutar de vacaciones de tumbona y playa, pues en ellos está, aseguran, la felicidad. Otros se convierten en enemigos hostiles de su báscula y espejo, mirándose por las mañanas de reojo tratando de descubrir esa nueva arruga, o comprándose otra báscula de baño culpándola cada vez que ha ganado un par de kilos de peso corporal.
    Bien está cuidar la salud para no coger enfermeda¬des que se podrían evitar, como bien está cuidar el cuerpo para no ofrecer un aspecto descuidado y hasta desagrada¬ble, pero de ahí a sufrir porque no podemos evitar ganar kilos y no atrevernos ni siquiera a mostrarnos desnudos de¬lante de nuestras parejas, va un abismo.
    Desde que nacemos todos los seres humanos estamos condenados al proceso de envejecimiento, el cual es más visible a partir de los sesenta años, aunque ya pasados ape¬nas los treinta y cinco han aparecido las primeras manifestaciones en forma de arrugas y canas. Es un proceso biológico irreversi¬ble y por supuesto hasta ahora irremediable. Por fortuna, nuestras cualidades intelectuales y artísticas no están sujetas a esa misma ley y es normal encontrarnos en mejor forma mental a los 70 años que a los 20. La sabiduría es fruto de la experiencia y la acumulación de conocimientos consecuen¬cia del aprendizaje continuado. Por eso, si lográsemos en¬contrar más satisfacción en nuestro intelecto y menos en nuestro cuerpo, la sociedad quizás volvería a estar regida por los ancianos de la tribu y con ello ganaríamos todos.
    Sin embargo, actualmente el culto a la juventud es tan desmedido que el hecho de ser joven nos parece ya una cosa afortunada y ser viejo poco menos que algo peyorativo. Y si no vean la diferencia entre decir a una persona ¡cállate, viejo! o decirle ¡cállate, niño! Es obvio que no nos suena igual de mal las dos órdenes.
    La sociedad de consumo y las em¬presas del bienestar están enfocadas a proporcionar todo lo que las personas jóvenes desean tener y apenas ahora están empezando a tener en cuenta a la población vieja. Llevamos camino del crecimiento cero y aunque esto nos parece un problema, posiblemente sea el equilibrio perfecto. Cuando esto sea una realidad, con seguridad la edad de la jubilación se retrasará al menos hasta los 75 años, con lo cual evitaremos ver a los jubilados matando el tiempo paseando mil y una veces por el mismo lugar, o jugando a las cartas en los hogares para ancianos. Aunque en las primeras semanas los trabajadores jubilados encuentran satisfacciones por esa libertad tanto tiempo añorada, a los pocos meses se les hace inaguantable, se sienten inútiles, y necesitan ocupar su tiempo en algo productivo para no caer en la miseria mental.
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