Este libro trata de cómo conseguir el éxito, por medio de la eudinámica, fuerza propia del ser humano, nada sobrenatural, que bien manejada (eu en griego), es la única forma de progreso personal, o colectivo. También se refuta la idea de la atracción, que yo interpreto como una absurda falacia.
Si todos atrajésemos el éxito, con tan solo pedirlo, ¿alguien se esforzaría en trabajar? El mundo se convertiría en una ventanilla de reclamaciones y quejas, o en el buzón de cartas a los Reyes Magos. De tal inverosímil manera lo exponen los que creen en esa insensatez: “Saber qué es lo que uno quiere y pedirlo al universo”. Y evidentemente, según estos gurús, el universo (una divinidad oculta) nos complace a todos los que tenemos una actitud positiva. Por tanto, si cinco personas, fervientes seguidores del “Secreto”, pretenden el mismo puesto, los cinco lo consiguen. ¿O hacen un sorteo? Evidentemente se lo darán al más calificado, o quien tenga padrinos, aunque no se haya esforzado en atraerlo. Eso es realidad, y no sueños “atractivos”.
Yo propongo, para lograr el éxito, algo mucho menos espiritual; la eudinámica, superación y la perseverancia, cualidades del ser humano, nacidas de la evolución propia, la acumulación de experiencias y la exposición voluntaria al riesgo, algo que no se consideran los pedigüeños del: “saber lo que quieres, y pedirlo al universo (o lo que llames Dios)”. Formamos parte de un cosmos competitivo, y lleno de peticiones o deseos. No estamos solos, ni somos hijos únicos, como pretende la ley de la atracción.
El Secreto no es otra cosa que una presentación de cualquiera de las religiones al uso, pero con una envoltura distinta. En todas nos dicen que hay un “ser superior” que vela por nosotros. Si tenemos éxito es gracias a él, y si fracasamos es porque le hemos desobedecido o incomodado. Según eso, si pedimos, y obtenemos, se debe a que el supremo nos ve con buenos ojos. En caso contrario, hemos sido malos, y nos castiga. En el escepticismo filosófico, nada se da por cierto, mientras no se demuestre, lo que refuta lo que dicen los de la atracción: “comportarse como si el objeto deseado ya hubiera sido obtenido”. Eso significa dar gracias por adelantado. ¿Y si no lo obtienes? No creo que te devuelvan las gracias. No hay que vender la piel del oso, antes de cazarlo.
La simpleza de tal frase sirve para quitarnos de encima la carga de tomar las decisiones que nos corresponden, y dejamos que una “divinidad”, aunque la disfracemos de “cosmos”, “trabaje” por nosotros. Una peregrinación puede sanar a un pariente, mucho mejor que un grupo de médicos. Una vela puede motivar a alguien a otorgarnos algo que no podemos conseguir por nuestros medios. Y si no resulta como pensamos, decimos que “estaba de Dios”, y nos lavamos las manos.
La ley de la atracción, o El Secreto, es simplemente una versión moderna del cristianismo. En vez de ofrecer recompensas después de la muerte, El Secreto las entrega en vida. Pero, para obtenerlas, uno debe ser “bueno”. Está muy claro que no obtendrán nada los “malos” o los que presenten una actitud negativa. Las siguientes frases recuerdan eso de que los mansos poseerán La Tierra: “En resumen, usted tiene que demostrar una actitud positiva y paciente hacia sus deseos”.
La ley de la atracción es una interpretación actual de la teosofía, mezclada con la teología mística; ya que ambas ponen al hombre como el resultado de un proyecto divino, del que el humano es parte pero no actor, casi un espectador. El Secreto no es tal, sino algo muy conocido; porque, viejo como el mundo, viene a decir lo mismo que los teósofos.
Si todos atrajésemos el éxito, con tan solo pedirlo, ¿alguien se esforzaría en trabajar? El mundo se convertiría en una ventanilla de reclamaciones y quejas, o en el buzón de cartas a los Reyes Magos. De tal inverosímil manera lo exponen los que creen en esa insensatez: “Saber qué es lo que uno quiere y pedirlo al universo”. Y evidentemente, según estos gurús, el universo (una divinidad oculta) nos complace a todos los que tenemos una actitud positiva. Por tanto, si cinco personas, fervientes seguidores del “Secreto”, pretenden el mismo puesto, los cinco lo consiguen. ¿O hacen un sorteo? Evidentemente se lo darán al más calificado, o quien tenga padrinos, aunque no se haya esforzado en atraerlo. Eso es realidad, y no sueños “atractivos”.
Yo propongo, para lograr el éxito, algo mucho menos espiritual; la eudinámica, superación y la perseverancia, cualidades del ser humano, nacidas de la evolución propia, la acumulación de experiencias y la exposición voluntaria al riesgo, algo que no se consideran los pedigüeños del: “saber lo que quieres, y pedirlo al universo (o lo que llames Dios)”. Formamos parte de un cosmos competitivo, y lleno de peticiones o deseos. No estamos solos, ni somos hijos únicos, como pretende la ley de la atracción.
El Secreto no es otra cosa que una presentación de cualquiera de las religiones al uso, pero con una envoltura distinta. En todas nos dicen que hay un “ser superior” que vela por nosotros. Si tenemos éxito es gracias a él, y si fracasamos es porque le hemos desobedecido o incomodado. Según eso, si pedimos, y obtenemos, se debe a que el supremo nos ve con buenos ojos. En caso contrario, hemos sido malos, y nos castiga. En el escepticismo filosófico, nada se da por cierto, mientras no se demuestre, lo que refuta lo que dicen los de la atracción: “comportarse como si el objeto deseado ya hubiera sido obtenido”. Eso significa dar gracias por adelantado. ¿Y si no lo obtienes? No creo que te devuelvan las gracias. No hay que vender la piel del oso, antes de cazarlo.
La simpleza de tal frase sirve para quitarnos de encima la carga de tomar las decisiones que nos corresponden, y dejamos que una “divinidad”, aunque la disfracemos de “cosmos”, “trabaje” por nosotros. Una peregrinación puede sanar a un pariente, mucho mejor que un grupo de médicos. Una vela puede motivar a alguien a otorgarnos algo que no podemos conseguir por nuestros medios. Y si no resulta como pensamos, decimos que “estaba de Dios”, y nos lavamos las manos.
La ley de la atracción, o El Secreto, es simplemente una versión moderna del cristianismo. En vez de ofrecer recompensas después de la muerte, El Secreto las entrega en vida. Pero, para obtenerlas, uno debe ser “bueno”. Está muy claro que no obtendrán nada los “malos” o los que presenten una actitud negativa. Las siguientes frases recuerdan eso de que los mansos poseerán La Tierra: “En resumen, usted tiene que demostrar una actitud positiva y paciente hacia sus deseos”.
La ley de la atracción es una interpretación actual de la teosofía, mezclada con la teología mística; ya que ambas ponen al hombre como el resultado de un proyecto divino, del que el humano es parte pero no actor, casi un espectador. El Secreto no es tal, sino algo muy conocido; porque, viejo como el mundo, viene a decir lo mismo que los teósofos.