El proyecto liberal argentino dotó a la escuela de un papel igualador e integrador, y el siglo XX la hizo garante de un ideal de comunidad y de movilidad social. Esa convicción democrática y plebeya puso a las clases altas ante un desafío: cómo preservar su espacio de distinción. Este libro despliega un relato atrapante acerca de las trayectorias educativas de tres generaciones pertenecientes a “familias tradicionales” y sus estrategias para acumular y reproducir su capital social y simbólico.
Con una mirada etnográfica, Victoria Gessaghi nos hace conocer de primera mano detalles y conflictos de esa pertenencia, que se dirimen en los sentidos asignados a la educación y la escolarización, así como en las prácticas concretas de formación. En ese marco, la tarea de institutrices y abuelas es tan decisiva como las acciones de beneficencia en la consolidación de valores y marcas de identidad que la escuela sólo vendrá a reforzar. Al no contar con un circuito de instituciones estatales que afiancen su entramado social e ideológico, la clase alta debió crear sus propios colegios, que antepusieron el espíritu de cuerpo a la excelencia académica. Por eso, no podían faltar los deportes grupales, las competiciones por notas y premios, los Family Days ni los tes solidarios de la asociación de ex alumnos. El siglo XX vio cómo muchos descendientes de la aristocracia ganadera, perdido su lugar de grandes propietarios, usaron la educación superior para convertirse en profesionales y ocupar puestos gerenciales en la producción, los negocios y la política.
Resultado de un formidable trabajo de campo que logró acceder a la intimidad de una clase muy celosa de sus secretos, este libro revela aspiraciones, vivencias y resentimientos en la lucha por perpetuar sus privilegios. Las refinadas hipótesis analíticas que propone acerca de sus mecanismos de afirmación y exclusión echan nueva luz sobre el vínculo entre educación, democracia y desigualdades.